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esperanza de que pudiera mi padre socorrerme algún día sabida mi desgracia; con lo cual<br />

cobró aliento mi vergüenza y me aconsejó a emplearme en algún oficio.<br />

¿Mas cuál tomar, no sabiendo ninguno? Iba de tienda en tienda, de uno en otro oficio<br />

ofreciendo mis brazos a los maestros; pero no teniendo práctica de ninguno, me desechaban<br />

todos. Recibióme finalmente para peón un maestro albañil, cuyos malos modos y genio<br />

colérico me obligaron a seguir otro rumbo. Senté plaza de soldado, que era el empleo que más<br />

conformaba a mi pasada disolución y holgazanería. Las lisonjas que iba fomentando del<br />

pronto socorro de mi padre, volvieron a atizar la confianza de mis pasiones amortecidas con la<br />

aflicción de mi miseria; pero con el trato de los soldados que braveaban mi abatimiento, me<br />

familiaricé con sus humos, y volvió a levantar cabeza mi arrogancia y mis malas<br />

inclinaciones.<br />

Enamoréme de la hija de un tambor y <strong>com</strong>encé a solicitarla, esperando que mi presencia<br />

obtendría de ella lo que mis guineas en Inglaterra. Quedó burlada mi presunción, mas no<br />

desengañada mi lujuria; y no quedándome otro partido para satisfacerla que casarme con ella,<br />

lo hice. Mas <strong>com</strong>o tal casamiento no tenía otro fin que el de dejar mi pasión vengada y<br />

satisfecha, me cansé de mi mujer a pocos días de casado y un odio invencible sucedió a mi<br />

ligero empalagamiento. Era ella celosa, temática, desvergonzada; yo, soberbio, audaz e<br />

insufrido; y la sangre del lord derramada inspirábame feroces sentimientos. Aburrido un día<br />

de los ultrajes que me hizo, resolví deshacerme de ella y también del fusil, que ya me pesaba.<br />

Con estos intentos la saqué una tarde de la ciudad para llevarla a beber cerveza a una granja<br />

vecina, que no había, y de hecho para darle la muerte. Alejéme de la ciudad, fingiendo haber<br />

errado el camino para dar tiempo a que la noche cubriera de sus tinieblas mi horrible<br />

ejecución, y me facilitase la fuga.<br />

Hallaron mis intentos abiertos todos los caminos y la noche no tardó a venir a tiempo que<br />

nos hallábamos entre unos altos árboles, en donde sorprendiendo a mi mujer a traición la di<br />

dos cuchilladas, dejándola anegada en su sangre, cuyos mortales resuellos y debatimiento sólo<br />

contribuyeron para que acelerase más el paso para ponerme en salvo. Caminé sin parar toda<br />

aquella noche y el siguiente día, sin hallarme tampoco seguro en aquellas soledades.<br />

Avisábame el pavor, nacido de mi atroz delito, y agobiábanme las congojas de mi conciencia,<br />

sin echar de ver el fatal principio a donde yo mismo me arrastraba. No pudiendo más con el<br />

cansancio tendí mi desalentado cuerpo a la sombra de un espeso bosque, junto a un arroyo que<br />

entre olorosas yerbas bullía. A su blando murmullo quise reconciliar el sueño, pero el triste<br />

horror y el lúgubre silencio de la selva, <strong>com</strong>enzaron a despertar en mi mente mil funestas<br />

ideas de mi perdida dicha y de mi presente desventura, sin saber cuál había de ser mi<br />

paradero.<br />

Presentáronse entonces a mi fantasía todos los peligros de fieras y de salvajes si pasaba<br />

adelante, la falta de sustento si allí quedaba, y el horror de una muerte afrentosa si atrás<br />

volvía. A estas terribles angustias sucedió un rabioso llanto con que regaba el suelo en que me<br />

debatía y revolcaba apremiado de mi desesperación, la que me hizo sacar de la vaina el<br />

cuchillo todavía caliente y manchado con la sangre de aquella infeliz. Enardecióse a su vista<br />

mi furor y apretándolo en la mano para dar mayor vigor al golpe, cuando iba a descargarlo en<br />

mis entrañas, un ruido espantoso hiela mi fatal ejecución y háceme caer el cuchillo de las<br />

manos. Vuelvo palpitando los ojos de una a otra parte, buscando el monstruo o fiera que<br />

parecía haber causado aquel ruido, mas no descubría otros objetos que los silenciosos troncos,<br />

cuya sombría soledad acrecentaba mi pavor y angustias, cuajándome las lágrimas en los ojos<br />

y haciendo volver mi pensamiento a mi defensa, en el momento que resolví acabar con mi<br />

vida miserable. Envaino mi cuchillo, tomo mi fusil que dejé arrimado a un tronco, y ocupo su<br />

lugar dando vueltas de espaldas a él y cara al bosque para ver si descubría la causa de aquel<br />

ruido. No pudiendo quedar en tan penosas dudas, iba pasando de un tronco a otro, hasta que

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