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había oído decir del naufragio y de vuestro hallazgo. Recibid mis parabienes, veo que los<br />

sentimientos de Eusebio aventajan a su edad. Tales renuevos suelen dar de sí buenos frutos.<br />

Así es, dijo Myden, cuando hay quien los cultive. ¿Sabríais por ventura de alguno que<br />

quisiese encargarse de la educación de Eusebio? Pues por cosa que reputo de mayor monta,<br />

no repararía en cuanto se me pidiese.<br />

No sé daros razón, dijo Hardyl, pues empleado, <strong>com</strong>o veis que estoy, en el trabajo de mis<br />

manos, no puedo tener el debido conocimiento de esas cosas. Ved, pues, replicó Henrique<br />

Myden, cuán apartados van los hombres en sus juicios; me habían asegurado que vos seríais<br />

bueno para ello. ¿Yo?, preguntó Hardyl; os han asegurado lo que no sé yo mismo si sabré<br />

hacer, y a que redondamente me negaría si el muchacho fuese de genio avieso y atrevido, pero<br />

tratándose del que está presente, por lo que veo y por lo que oí, pudiera resolverme a probar<br />

mis fuerzas si vinierais bien a todas las condiciones que debo pretender para ello. A todas<br />

vengo bien, dijo Henrique Myden, tenedlas por otorgadas. Si es así, venid conmigo, Eusebio;<br />

no hay para qué perdamos tiempo que es muy precioso. Tomad estos dos cestillos, que no os<br />

serán pesados, ni es largo el camino que debemos hacer. Decíale esto a Eusebio en ademán de<br />

alargarle los cestos para que los tomase.<br />

Eusebio lo miraba con los ojos levantados y fijos, volviéndole al tiempo mismo la<br />

espalda sin decirle palabra; pero el mismo silencio a<strong>com</strong>pañado de su ademán desdeñoso,<br />

decía bastante que aquello no le <strong>com</strong>petía. Henrique Myden creyó a primera vista que aquello<br />

era familiaridad que Hardyl se quería tomar con Eusebio, mas no pudiendo ya dudar que<br />

trataba veras, instando el cestero con el brazo alargado para que Eusebio tomase los cestos, se<br />

tuvo por burlado de el cuáquero que se lo propuso, y movido de este mismo resentimiento, le<br />

dijo: ¿Son esos los estudios que queréis dar a Eusebio? Éste, dijo Hardyl, por el primero de<br />

todos, y el que más apreciará con el tiempo; los demás, si los desea, los aprenderá de mí.<br />

La modesta aseveración con que Hardyl dijo esto, reportó un poco de ánimo de Henrique<br />

Myden, haciéndole retraer su juicio; y aunque se le hacía algo duro que Eusebio por primeros<br />

rudimentos de su crianza hubiese de llevar cestos por la calle, el porte noble y las palabras<br />

circunspectas de Hardyl. lo pararon. Eusebio, deshaciendo la postura desdeñosa con que había<br />

recibido los cestos, se arrimó a una silla, en cuyo brazo iba subiendo y bajando el dedo índice<br />

por la concavidad del entalle de la madera, teniendo los ojos fijos en Henrique Myden, <strong>com</strong>o<br />

pidiéndole que desaprobase la oferta del cestero. Conoció Henrique Myden su embarazo; con<br />

todo le preguntó si gustaría de ir con aquel su maestro hasta la tienda llevando aquellos cestos.<br />

Atado de confusión y vergüenza, callaba Eusebio jugando con los dedos y dando a entender la<br />

pena en que le ponía tal pregunta.<br />

Hardyl, para sacarlo de su congoja, dijo a Henrique Myden que todos los principios eran<br />

arduos, especialmente los de la virtud, tratándose de desarraigar del ánimo los sentimientos de<br />

la soberbia y de la ambición, los cuales si se dejan a su valía cobran fuerzas de imperio con<br />

que exponen al hombre a mil disgustos y desazones. Pero que, al contrario, el que se esfuerza<br />

en vencerlos, prueba una dulce tranquilidad y elevada satisfacción, que sin engreírlo lo<br />

colman de celestial consuelo. Estos conocimientos, hijo mío, no puedes tenerlos todavía. Ellos<br />

se forman y conciben a fuerza de las pruebas en que pone el mundo al hombre a cada paso, de<br />

las cuales no sabe ni puede aprovecharse sin el ejercicio de las virtudes.<br />

Escuchábalo Henrique Myden con admiración, no esperando tal discurso, y <strong>com</strong>enzaba a<br />

echar de sí las dudas que había concebido; e inclinándose a ponerse enteramente en sus<br />

manos, le dijo que por aquel día se le podía ahorrar a Eusebio la vergüenza que sentía en<br />

llevar los cestos, que entre tanto se ejercitaría en llevarlos por la casa para que le fuese menos<br />

sensible sacarlos fuera de ella. A esa condición, dice Hardyl, aquí los dejo y parto a mi<br />

trabajo; pero mañana volveré sin falta para ver si ha aprendido bien la lección.

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