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vileza. Defiende el bien que posee, mientras puede defenderlo sin menoscabo de la modestia y<br />

de la moderación. Estas armas opone a la violencia; y si con ellas no puede contrastarla, cede<br />

para sobreponerse con constancia al mal que no puede evitar, poniéndolo en el número de<br />

aquellos accidentes inevitables a la humanidad, <strong>com</strong>o son el daño que uno recibe de una<br />

caída, o la herida con el cuchillo que maneja, con que se hiere cuando menos piensa. Me<br />

aprovecha mucho esta consideración para templar la desazón de la desconfianza y de la<br />

vigilancia de guardarnos de los otros hombres para no ir siempre con la barba sobre el<br />

hombro. Asentada una prudente reserva por principio, dejo lo demás a la moderación.<br />

También contrapesa aquella reflexión misma al odio y enemistad que debe nacer de la misma<br />

desconfianza, especialmente para con aquellos que a las claras nos causan algún daño, o nos<br />

ofenden, mirándolos <strong>com</strong>o a la piedra con que tropezamos caminando, o <strong>com</strong>o al cuchillo con<br />

que nos herimos. Porque, ¿cuál es el provecho que yo saco de aborrecer a quien me dañó? Yo<br />

no veo otro sino añadir al mal recibido el de la desazón que me causo a mí mismo con el odio<br />

y con el rencor que debo fomentar; lo que lleva siempre al ánimo inquieto y desasosegado.<br />

Así, para no ser sobre paciente apaleado, <strong>com</strong>o dicen, procuro trocar el odio y rencor en<br />

<strong>com</strong>pasión de aquel que me daña y en desprecio tal vez, si es que merece ser antes<br />

despreciado que <strong>com</strong>padecido. Todo esto, hijo mío, no lo digo para ti sólo, pues también yo<br />

necesito de estas reflexiones para estar sobre mí, mucho más ahora en que parece que ese<br />

cirujano nos amaga algún golpe; pero si ha de venir, venga en hora buena; pues estando ya<br />

prevenido, no sé por qué lo deba temer. Cogiólos en estos discursos la llegada de los que<br />

debían de llevar el cadáver y de los vecinos que querían a<strong>com</strong>pañarlo. Puesto en las andas y<br />

hechas las debidas ceremonias, bajáronlo a la tienda de donde, estando para moverle, llegan<br />

los alguaciles y vedan tocar el féretro si el dueño de la casa no deposita en sus manos<br />

cincuenta guineas. Hardyl dijo al juez que no encontrándose con aquella cantidad a mano, no<br />

podía satisfacer a la demanda por dos razones; pero que siendo suya la casa, la ofrecía por<br />

fianza.<br />

El juez, teniendo órdenes rigurosas del gobernador, vino bien por respeto del entierro en<br />

aceptar la casa por fianza; pero tras el cadáver hizo salir a Hardyl y Eusebio, dándoles en los<br />

talones con la puerta, <strong>com</strong>o de casa embargada, sin darles tiempo de tomar los sombreros.<br />

Hardyl, viéndose en la calle echado de su casa, toma con rostro risueño a Eusebio de la mano,<br />

diciéndole: Vamos, hijo, que la justicia nos pone a trotes de alcanzar al entierro y de hacer<br />

este buen oficio, que no pensaba, con la pobre miss. A ti te parecerá esto un sueño; mas estos<br />

no son más que polvos y lodos del camino de la vida; desdichados aquellos que no viven<br />

prevenidos para estos lances; y llegándose ya a incorporar con los de la <strong>com</strong>itiva, cerró la<br />

boca para revestirse de la modesta <strong>com</strong>postura y silencio que debía al a<strong>com</strong>pañamiento y a la<br />

pérdida de la buena miss Rimbol.<br />

Volvió entretanto Henrique Myden a casa de Hardyl con las informaciones sobre el<br />

cirujano, y viéndola cerrada y embargada por la justicia, maravillóse sobre manera,<br />

afanándose por él y Eusebio, no sabiendo dónde paraban; pero, informado de los vecinos que<br />

habían echado tras el entierro, azoró sus pasos para alcanzarlos, encontrándolos a tiempo que<br />

acababan de sepultar. Comenzó Henrique Myden a consolar a Hardyl, <strong>com</strong>o si el caso le<br />

debiese ser muy sensible; pero éste le dijo que mayor pena le daba la in<strong>com</strong>odidad y el<br />

cansancio que se había tomado por causa suya que la pérdida de la casa, la que siempre había<br />

mirado <strong>com</strong>o prestada, pensando que lo que no hubiese hecho la justicia, tarde o presto lo<br />

hubiera ejecutado la muerte; y que la huesa que había visto abrir para el cadáver de miss, le<br />

acababa de enseñar la segura habitación que le esperaba.<br />

A pesar de vuestros buenos sentimientos, dijo Myden, no dejaréis de extrañar que<br />

sucedan en Filadelfia tales atropellamientos. Ved cuál es el poder de la maldad, la cual llega a<br />

engañar los ojos de la más incorrupta justicia. Sabed que ese cirujano es un inglés advenedizo

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