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Libro tercero<br />

Entró Hardyl en su casa a<strong>com</strong>pañado de los conocidos que lo encontraban por la calle y<br />

de los vecinos que esperaban su llegada para congratularle por su feliz restitución,<br />

confirmándole con su apasionado y numeroso concurso la estima y la veneración que su<br />

virtud y carácter les merecía. Sólo Eusebio entró en ella triste y pesaroso, arremetiéndole<br />

todos los objetos que se le presentaban, renovándole todos la memoria de la muerte de miss.<br />

Íbasele acrecentando el miedo al paso que se acababa el día y se acercaba la noche, sin tener<br />

aliento para dar un paso en la casa que no estuviese apegado a su maestro. Éste dejábalo<br />

seguir sin decirle cosa alguna, sabiendo que el miedo no sufre razón de ningún modo y que<br />

antes bien se apodera de ella hasta que con los hechos y experiencias no llega el hombre a<br />

desimpresionarse de sus ilusiones.<br />

Esperaba Hardyl poder recabar esto de Eusebio, y para ello no quiso dejar pasar aquella<br />

noche sin <strong>com</strong>enzar a disponer su ánimo para las pruebas en que lo había de poner. Llegada la<br />

hora de la cena, estando sin ama que los sirviese, aparejaron entre los dos la mesa, sobre la<br />

cual asentó Hardyl un plato de lonjas de jamón ahumado que agradaba mucho a Eusebio.<br />

Mientras la cena, hace caer Hardyl la conversación sobre el miedo que tienen los hombres a la<br />

muerte, de donde les nacía el horror que cobraba el ánimo a la oscuridad, a los lugares<br />

solitarios, a los derrumbaderos y a los cadáveres. No hay duda, le decía, que la vista de éstos<br />

es fea y desagradable, mas sólo infunde miedo a los que no consideran ni llegan a persuadirse<br />

que los difuntos no les pueden dañar en cosa alguna; pero, al contrario, el hombre que sacude<br />

las preocupaciones de la niñez y que desprecia las consejas que oyó de sus amas o de sus<br />

padres acerca de las apariciones, hablas y resurrecciones de los finados, ése contempla sin<br />

miedo el cadáver de otro hombre <strong>com</strong>o el de cualquier otro animal, aunque su vista pueda<br />

causarle disgusto.<br />

Y prueba de que este temor vano se puede sacudir, son los sepultureros y los que llegan a<br />

familiarizarse con los muertos en los hospitales, así hombres <strong>com</strong>o mujeres, los cuales los<br />

manejan y envuelven <strong>com</strong>o una niña sus muñecas. Este miedo es muy vergonzoso en el<br />

hombre; y así le es necesario que lo sacuda de sí por los muchos inconvenientes y, tal vez,<br />

daños que le puede acarrear; <strong>com</strong>o también porque le impide varias operaciones, <strong>com</strong>o tú lo<br />

pruebas, hijo mío, pues no te atreves a dar un solo paso por la casa sin ir atado a mi<br />

faldriquera <strong>com</strong>o cuchillo de bodegonero. Para esto conviene que <strong>com</strong>iences a sacar fuerzas<br />

de flaqueza, pues el miedo, si no se le hace frente, jamás llegará a sacudirse. Yo bien echo de<br />

ver que tú no querrás ni podrás dormir solo esta noche; pero si hemos de dormir juntos en un<br />

mismo cuarto, éste ha de ser el que dejó de habitar miss, pues no murió en él. Así<br />

<strong>com</strong>enzaremos a tratar de cerca al enemigo y verás que no es tan fiero <strong>com</strong>o te lo imaginas.<br />

Dicho esto, hace que Eusebio le ayude a trasladar su cama a la estancia que fue de la<br />

difunta; y él pasó solas sus sábanas al lecho en que dormía miss, en el cual se quiso acostar<br />

para que Eusebio, con su ejemplo, empezase a perder el pavor que tenía, viéndolo dormir en<br />

el mismo lecho de la muerta.<br />

Dispuestas las camas, cierra Hardyl la puerta y se acuestan después de haber apagado de<br />

propósito la luz. Tomó plácidamente Hardyl el sueño <strong>com</strong>o si durmiese en su propia cama,<br />

pero Eusebio no hallaba medio de pegar sus ojos, palpitándole de continuo el corazón,<br />

pareciéndole ver la difunta miss tendida allí en el suelo de la estancia, <strong>com</strong>o la vio la vez<br />

primera perdida la toca, con los ojos encontrados y la lengua fuera y el rostro horrible y<br />

amoratado.<br />

Podía haber pasado media hora después que se acostaron, cuando el desvelado Eusebio<br />

oyó ruido a la puerta del mismo cuarto, <strong>com</strong>o si alguno diese golpes en ella o la menease. Un

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