MINISTERIOS L ID ERA Z G O ESP IRITU A L Y ... - MINTS español
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como la del corazón, ni escuela para aprenderla fuera del pie de la cruz. Sería mejor que<br />
nunca aprendieseis una regla de oratoria humana, sino que estuvierais llenos del poder<br />
que dimana de un amor nacido del cielo, que el que hubieseis dominado a Quintiliano,<br />
Cicerón y Aristóteles, permaneciendo desprovistos de la unción apostólica.<br />
La oración no podrá haceros elocuentes según el modo humano, pero os hará<br />
verdaderamente, porque hablaréis con el corazón; ¿y no es éste el significa -'do de la<br />
palabra elocuencia? La oración hará descender fuego del cielo sobre vuestros sacrificios,<br />
haciéndolo de ese modo aceptable al Señor.<br />
Así como durante la preparación brotarán con frecuencia manantiales nuevos de<br />
pensamientos, en respuesta a vuestra oración, así también pasará en la predicación de<br />
vuestro sermón. Muchos de los predicadores sometidos al Espíritu de Dios, os dirán que<br />
sus mejores y más vivos pensamientos, no son los que fueron premeditados, sino los que<br />
expresaban las ideas que les venían volando como en alas de los ángeles a tesoros<br />
inesperados traídos de improviso por manos celestiales, semillas de las flores del paraíso,<br />
levantada por el aire de los montes de mirra. Cuántas, cuántas veces al sentirme embarazado<br />
para expresar mis pensamientos, o falto de éstos, los lamentos secretos de mi<br />
corazón me han proporcionado alivio, y he disfrutado más libertad que la de costumbre.<br />
¡Mas cómo nos atreveremos a orar en la batalla, si no hemos clamado nunca al Señor, al<br />
estarnos poniendo la armadura! El recuerdo de sus luchas en la casa, alienta al predicador<br />
que se siente engrillado cuando ocupa el pulpito. Dios no nos abandonará a menos que<br />
nosotros le hayamos abandonado. Vosotros, hermanos, hallaréis que la oración os<br />
asegurará fuerza mientras viváis.<br />
Así como descendieron lenguas de fuego sobre los apóstoles, al estar ellos sentados<br />
orando y vigilando, así también bajarán sobre vosotros. Os hallaréis, cuando quizá tal vez<br />
hayáis flaqueado, levantados y sostenidos de improviso, como por el poder de un serafín.<br />
Se pondrán ruedas de fuego a vuestro carro que había comenzado a arrastrarse<br />
pesadamente, y corceles angélicos se uncirán en un momento a vuestro carro de fuego,<br />
hasta que escaléis los cielos como Ellas, en un rapto de ardiente inspiración.<br />
Después del sermón, ¿cómo daría un predicador concienzudo desahogo a sus<br />
sentimientos, y hallaría solaz para su alma, si le estuviese negado el acceso al<br />
propiciatorio? Elevados al más alto grado de excitación, ¿Cómo podremos dar alivio a<br />
nuestras almas si no es por medio de peticiones continuas? Oprimidos por el temor de un<br />
fracaso, ¿cómo seremos alentados sino quejándonos de nuestras cuitas ante nuestro Dios<br />
¡Cuántas veces nos hemos agitado algunos de nosotros de aquí para allá en nuestro lecho,<br />
por el conocimiento que tenemos de cuan pocos son los frutos obtenidos por nosotros que<br />
pueden presentarse en nuestro testimonio! ¡Con cuánta frecuencia nos hemos sentido<br />
ansiosos de volver corriendo al pulpito para decir de nuevo con más vehemencia, lo que<br />
hemos expresado de una manera tan fría! ¡Dónde podemos hallar descanso para nuestro<br />
espíritu, sino en la confesión de nuestros pecados, y en la súplica tierna que nuestra<br />
flaqueza o necedad, no puedan de modo alguno alejar de nosotros el Espíritu de Dios! No<br />
es posible en una reunión pública derramar el amor de nuestro corazón en nuestro rebaño.<br />
Como José, buscará el ministro amoroso donde llorar; sus emociones, por mucha que sea