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MINISTERIOS L ID ERA Z G O ESP IRITU A L Y ... - MINTS español

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entre los brezales, el arrullo de las palomas torcazas en las floreritas, el trino de las aves<br />

en la espesura del bosque, el murmullo del serpenteante riachuelo, y el susurro del viento<br />

en los pinales, no debe sorprenderse de que su corazón a su vez olvide cantar, y su alma<br />

pierda su vivacidad. Salir a respirar por un día el aire fresco en los cerros, o vagar por<br />

unas horas bajo la apacible sombra de los árboles que forman una floresta, seria una cosa<br />

que disiparía las brumas que invaden el cerebro de muchos de nuestros trabajados<br />

ministros que apenas pueden vivir. Absorber un poco de brisa del mar, o un rato de<br />

ejercicio al aire libre, no regocijaría al espíritu, pero si daría algún oxigeno al cuerpo, y<br />

ya sólo eso es mucho conseguir.<br />

"Cuando el aire se halla en calma,<br />

Languidece el corazón;<br />

Mas si sus alas agita,<br />

Con su soplo al hombre quita<br />

Su cansancio y postración."<br />

Los helechos y los conejos, los riachuelos y las truchas, los abetos y las ardillas, las<br />

prímulas y violetas, las eras de las haciendas, el heno recién segado y el lúpulo oloroso,<br />

son todas estas cosas eficaces medicinas para los hipocondríacos, tónicos seguros para los<br />

debilitados, e inmejorables restauradores de fuerzas agotadas. Por falta de oportunidad o<br />

por desidia, estos grandes remedios se ven con menosprecio, y el estudiante se convierte<br />

en víctima inmolada por si mismo.<br />

Las ocasiones en que más propensos estamos a sufrir abatimiento de ánimo, puede en mi<br />

concepto resumirse en el siguiente catálogo. La primera de todas que debo mencionar, es<br />

la hora de un gran éxito. Cuando por fin miramos realizada una bella ilusión de nuestra<br />

vida; cuando por nuestro medio ha sido el nombre del Señor honrado y hemos logrado un<br />

gran triunfo, nos sentimos entonces expuestos a desmayar. Podría imaginarse que en medio<br />

de favores especiales se remontaría nuestra alma a las alturas del éxtasis y se llenaría<br />

de goce indefinible, pero generalmente sucede lo contrario.<br />

El Señor rara vez expone a sus guerreros a los peligros del envanecimiento que causa<br />

una victoria: sabe que pocos de ellos pueden salir airosos de prueba semejante, y de<br />

consiguiente vierte en su copa gotas de amargura. Ved a Elías: después que el fuego descendió<br />

del cielo; después que los sacerdotes de Baal fueron degollados y que el agua<br />

inundó las tierras secas, no hubo para él nota alguna de música halagadora; no se<br />

contoneó como conquistador revestido de triunfales arreos, sino que huye de Jezabel, y<br />

sintiendo la reacción de su excitación intensa, manifiesta vivos deseos de morir. Ese<br />

profeta, predestinado a no morir jamás, anhela ansiosamente el descanso del sepulcro; y<br />

aun el mismo César, monarca del Mundo, en sus momentos de rapto lloraba como un<br />

chiquillo. La pobre naturaleza humana no puede soportar los trasportes que los triunfos<br />

celestiales producen, y tiene que venirle una reacción. Un exceso de alegría o de<br />

excitación, tiene que ser pagado con descaecimientos subsiguientes. Mientras dura la<br />

prueba, la fuerza se equilibra con la emergencia; pero cuando aquella concluye, la<br />

debilidad natural reclama su derecho a presentarse. Auxiliado secretamente, puede Jacob

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