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Descargue la revista Estela Nº6 - Editorial Fajardo el Bravo

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otros se podían acostar y en <strong>el</strong> último, <strong>el</strong> resto se podía colocar bien sentados<br />

o acostados. Los oficiales y los soldados se alojaban en camarotes, y en <strong>el</strong><br />

centro d<strong>el</strong> Puente alto se colocaron guardias armados con proyectores de luz.<br />

El buque no se puso en marcha hasta <strong>el</strong> día siguiente y nadie sabía a dónde se dirigía.<br />

En todo este tiempo de incertidumbre nadie había comido nada, por lo que<br />

<strong>el</strong> hambre ya se dejaba sentir. Cuando <strong>la</strong> situación se calmó un poco sacaron<br />

<strong>la</strong>s provisiones que les habían dado antes de partir, crédulos en <strong>la</strong> promesa que<br />

les habían confiado: una vez en marcha <strong>el</strong> buque les darían una comida<br />

caliente. Pero esto no ocurrió hasta dos días después. Para soportar esa <strong>la</strong>rga<br />

espera se alimentaron de un pan seco negro de 300 gramos, de tres arenques<br />

y de cuatro terrones de azúcar.<br />

El viaje fue <strong>la</strong>rgo y cada vez más p<strong>el</strong>igroso. Cada vez faltaban más <strong>la</strong>s<br />

cosas <strong>el</strong>ementales a <strong>la</strong>s que tiene derecho un ser humano. No podían<br />

tenderse bien para dormir. Tenían que estar muy juntos unos con otros y si<br />

querían dar media vu<strong>el</strong>ta tenía que ser toda <strong>la</strong> fi<strong>la</strong> a <strong>la</strong> vez. Carecían de agua<br />

y les alimentaban insuficientemente, de tal manera que muchos se bebían<br />

sus propios orines por <strong>la</strong> sed tan ardiente que les producía los arenques que<br />

les proporcionaban casi a diario.<br />

Para <strong>la</strong>s necesidades naturales no disponían más que de dos tinajas en<br />

cada uno de los pisos y de los retretes situados en <strong>el</strong> Puente. Para acceder a<br />

estos últimos debían esperar horas y horas, pero muchos no podían aguantar<br />

tanto y se descomponían encima. Algunos presos murieron y los arrojaban<br />

a <strong>la</strong>s aguas d<strong>el</strong> río Yenisei. El viaje duró varias semanas hasta que llegaron<br />

al puerto de Dudinka.<br />

EN EL CAMPO<br />

En <strong>el</strong> nuevo destino los vu<strong>el</strong>ven a formar, los cuentan y los vu<strong>el</strong>ven a<br />

embarcar. Esta vez en un ferrocarril hasta Noril’sk, a ciento veinte kilómetros<br />

de Dudinka. Al llegar, y siempre a gritos, les hacen bajar de los vagones y<br />

les hacen marchar hasta llegar de<strong>la</strong>nte de unos barracones de madera que<br />

servían de almacenaje para servicios de materiales, de talleres y de oficinas.<br />

Un poco más lejos se encontraban <strong>la</strong>s oficinas de <strong>la</strong> administración d<strong>el</strong><br />

campo de trabajo en <strong>el</strong> que iban a pasar una <strong>la</strong>rga estancia. Les vu<strong>el</strong>ven a<br />

cortar <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o al cero y les pasan <strong>la</strong> maquinil<strong>la</strong> por todo <strong>el</strong> cuerpo afeitándoles<br />

todo <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o existente. Les duchan. Les dan ropa y una manta, y fotografían<br />

a cada uno con su número de preso.<br />

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