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53. Recibireis Poder - Truth For the End of Time

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19 de enero EL ESPÍRITU INTERCEDE POR NOSOTROS<br />

Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la<br />

voluntad de Dios intercede por los santos. (Romanos 8: 27).<br />

Para aproximamos a Dios tenemos un sólo canal. Nuestras oraciones pueden acceder a él por<br />

intermedio del único nombre: el de Jesús, nuestro abogado. El Espíritu debe inspirar nuestras<br />

peticiones. En el santuario, ningún fuego extraño era utilizado en los incensarios que se agitaban<br />

delante de Dios. Siendo así, únicamente el Señor puede encender un deseo ardiente en el corazón, si es<br />

que deseamos que nuestras oraciones resulten aceptables. El Espíritu Santo es el que debe hacer la<br />

intercesión en nuestro favor, y la realiza con gemidos que nadie puede reproducir.<br />

Un pr<strong>of</strong>undo sentido de la necesidad, y un gran deseo de recibir lo que pedimos, debe caracterizar a<br />

nuestras oraciones; de lo contrario, no serán escuchadas. Sin embargo, no deberíamos cansarnos de<br />

expresar nuestras plegarias porque no recibimos una respuesta inmediata. "El reino de los cielos sufre<br />

violencia, y los violentos lo arrebatan" (Mat. 11: 12). Esta violencia quiere decir ahínco santo,<br />

semejante al que manifestó Jacob. No es necesario que intentemos producir en nosotros una emoción<br />

intensa. En nuestras peticiones debemos insistir ante el trono de la gracia en forma tranquila y<br />

persistente. Tenemos que humillarnos delante de Dios, confesar nuestros pecados y con fe acercarnos a<br />

él. El Señor respondió las peticiones de Daniel, no para que él se ensalzara, sino para que la bendición<br />

pudiera reflejar la gloria de Dios. El designio del Señor es darse a conocer mediante su providencia y<br />

su gracia. Las oraciones son para glorificar a Dios y no para nuestra exaltación personal.<br />

Cuando consideremos que somos débiles, ignorantes y desvalidos como realmente somos, nos<br />

acercaremos a él como humildes suplicantes. El desconocimiento de Dios y de Cristo crea el orgullo y<br />

la justificación propia. El infalible indicador de que el hombre no conoce al Señor es su sentimiento de<br />

que es grande o bueno. El corazón orgulloso siempre estará asociado con la indigencia. Cuando a<br />

Daniel se le dio a conocer la gloria divina, exclamó: "No quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se<br />

cambió en desfallecimiento" (Dan. 10: 8).<br />

Cuando el ser humilde que busca a Dios ve como él es, al instante se verá a sí mismo como Daniel. En<br />

lugar de la vanidad humana, desarrollará un pr<strong>of</strong>undo sentido de la santidad de Dios y de la justicia de<br />

sus exigencias. El fruto de esta experiencia se manifestará en una vida de renunciamiento propio y de<br />

sacrificio personal.- Review and Herald, 9 de febrero de 1897.

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