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artículos - LA TOGA

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H a<br />

sucedido. No es producto de mi<br />

invención. Lo sé de buena tinta.<br />

En un psiquiátrico de Sevilla<br />

permanecía desde hace años ingresado<br />

un hombre al que se le habían<br />

cambiado los cables, cosa que sucede<br />

con más frecuencia de la que<br />

muchos imaginan. En realidad,<br />

todos tenemos alguna pila fundida, alguna derivación<br />

a tierra, algún circuito lesionado. Nuestro<br />

hombre, debidamente medicinado y atendido,<br />

vegetaba por las estancias y jardines del psiquiátrico<br />

y echaba el día felizmente, aunque su mirada<br />

estuviese perdida en no se sabe donde..<br />

Lo único que hacía en su deambular por el<br />

establecimiento era fumar. Fumar sin descanso,<br />

compulsivamente. Eso le tenía totalmente calmado.<br />

Su familia, a la hora de la visita, procuraba allegarle<br />

los cartones necesarios para que nunca le faltase<br />

el tabaco...Y él fumaba, fumaba sin cesar, consiguiendo<br />

así encontrarse feliz entre aquellas cuatro<br />

paredes.<br />

Un día, sin avisar, los enfermeros entraron a<br />

saco en su habitación, y a su vista y paciencia requisaron<br />

todos los cigarrillos que encontraron. Ante su<br />

estupor, le explicaron que una nueva ley prohibía<br />

fumar en los establecimientos sanitarios.<br />

Ese día, este nuestro hombre, que con su tabaco<br />

permanecía más cuerdo que loco, se volvió loco. Sin<br />

posibilidad de obtener siquiera fuese un cigarrillo,<br />

esperó la complicidad de la noche, y como pudo,<br />

saltó la tapia que durante años había abrigado su<br />

existir. Sin saber a donde ir, ignorante del paradero<br />

de su familia, terminó acurrucado en el portal de<br />

una casa. El frío, al principio, le hacía tiritar impidiéndole<br />

dormir. Pero pasado un rato, sintió que ya<br />

no lo sentía. Allí quedó, en el portal, placidamente<br />

dormido, dormido para siempre.<br />

“Dura lex, sed lex”... Siento, siempre he sentido<br />

abominación por este brocardo, pues la norma no<br />

está ordenada hacia la represión, sino que busca o<br />

debe buscar la justicia, la apacible y ordenada convivencia<br />

del hombre (me refiero al género humano,<br />

Dura Lex, Sed Lex<br />

Enrique Álvarez Martín<br />

Abogado<br />

Tribuna<br />

sin excluir a la mujer). No se nos oculta que en su<br />

aplicación concreta, la meta perseguida del bien<br />

común puede significar sacrificios de intereses<br />

particulares. Pero en esta aplicación, la ley ha de<br />

ser dulcificada (algunos dirían edulcorada) con la<br />

equidad.<br />

En el ejercicio de esta mi noble profesión, me<br />

guió siempre el escrupuloso respeto a la ley, como<br />

regulación dirigida a un universo de personas y<br />

a un caleidoscópico conjunto de situaciones. Pero<br />

nunca dudé, cuando su rigor chocaba con la justicia,<br />

en defender su no aplicación al caso concreto,<br />

sobre todo cuando de esta exención nadie podría<br />

resultar perjudicado.<br />

Esta ley antitabaco, como todas las leyes, en el<br />

terreno de los principios, se orienta hacia el bien<br />

común. El tabaco perjudica la salud. Los poderes<br />

públicos, democráticamente elegidos, han decidido<br />

poner trabas a su consumo, aunque de su consumo<br />

obtienen pingües beneficios.<br />

Pero la historia que hoy os cuento, -verídica,<br />

como diría el humorista ausente- chorrea sangre.<br />

Fue injusto prohibir a ese pobre loco que, con las<br />

limitaciones de tiempo y lugar que se arbitraren,<br />

pudiera seguir disfrutando del único placer que la<br />

vida le brindaba. La “dura lex”, para mi personaje<br />

real, fue una pena de muerte injustamente infligida.<br />

Mayo - Agosto 2006 La Toga 47

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