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Contraportada<br />
La Toga<br />
Un letrado con ingenio<br />
Juan Camuñez Ruiz<br />
Abogado<br />
uchos años contendiendo, en noble lid<br />
M<br />
judicial, con tantos compañeros, me han<br />
deparado la impagable merced de contar<br />
hoy con innumeros amigos. Naturalmente,<br />
con unos he sintonizado más que con<br />
otros, bien por la semejanza de caracteres,<br />
ora por la concurrencia de gustos o<br />
ya por compartir aficiones. En cualquier<br />
caso, y en buena hora lo pueda proclamar, han sido pocos<br />
los colegas que, a su paso por mi catálogo de contrapartes,<br />
me han dejado un mal recuerdo. Ni siquiera eso, pues que<br />
los que merecieron la consideración de “malages” tiempo<br />
ha que los desterré a los sótanos del olvido.<br />
Mi evocación de viejos tiempos se complace hoy, por<br />
un impulso repentino, en detenerse en la figura de un<br />
dilecto compañero y amigo príncipe, al que desde siempre<br />
he profesado un afecto especial, que me precio de tener<br />
correspondido. No es necesario citar su nombre, que a los<br />
jóvenes y a los que están lejos de nuestro círculo nada dirá,<br />
y para los que nos son cercanos su mención acaso resultara<br />
ociosa.<br />
Cuando llegó la hora de entrar en quintas,él no me<br />
debia andar muy a la zaga; quiero decir, abandonando tan<br />
innecesario circunluquio, que le aventajo en pocos años.<br />
Coincidimos en el ejercicio profesional muy jóvenes ambos<br />
y encauzamos nuestro trabajo por los mismos derroteros,<br />
lo que nos permitió una coincidencia casi permanente en<br />
Juzgados y Tribunales. Esto hizo nacer unos lazos afectivos<br />
que el correr del tiempo se encargó de fortalecer.<br />
Tiene este compañero un envidiable sentido del humor,<br />
que es, pese a lo circunspecto de mi talante, un valor que<br />
otorgo una alta cotización en el parqué de las prendas personales.<br />
Bastantes de los episodios que forman parte de<br />
mi conmonitorio de anécdotas judiciales, lo tiene a él por<br />
protagonista o ha sido él quien me ha transmitido el sucedido<br />
jocoso. Sin ir más lejos, en este momento se me viene<br />
a las mientes aquel lejano día en que ambos compartíamos<br />
estrados en un juicio penal. Teníamos enfrente a un fiscal al<br />
que le distinguían unos ojos con unas pupilas de un purísimo<br />
azul celeste. En un momento de su informe, antes de<br />
formular petición alguna, el buen fiscal dijo:<br />
– ...porque la verdad es que este asunto no lo veo claro...<br />
Al oir estas palabras, el compañero me susurró:<br />
– Pues si éste no lo ve claro, con esos ojos, imáginate yo...<br />
Pero lo que hoy quiero traer a esta página, agazapada<br />
en una esquina de la Revista, es una muestra irrebatible del<br />
ingenio y la gracia de este querido colega. Con él compartió<br />
el protagonismo del episodio una joven -lo era entonces<br />
y lo sigue siendo- compañera, de clara inteligencia y jovial<br />
carácter. Ambos intervenían al alimón en un juicio de faltas<br />
en el que se había de dilucidar la responsabilidad o la<br />
inocencia del conductor de un vehículo, que había causado<br />
grave estropicio. Los dos letrados asumían, respectiva e<br />
indistintamente, la defensa del conductor enjuiciado y la<br />
del responsable civil subsidiario, lo que es tanto como decir<br />
que los argumentos de fondo a esgrimir por una y por otro<br />
eran comunes.<br />
Las prisas, acentuadas por la dispersión de sedes judiciales,<br />
que con tanta frecuencia abruman a los profesionales,<br />
que, careciendo del don de la ubicuidad, han de acudir<br />
simultáneamente a más de un órgano jurisdiccional, hizo<br />
que estos dos abogados no tuvieran tiempo de cruzar unas<br />
palabras antes de entrar en Sala y, por ende, de trazar la<br />
estrategia a seguir, de forma tal que se vieron sentados en<br />
el estrado, uno al lado del otro, justo en el momento de<br />
comenzar el juicio.<br />
Después de que el fiscal hubiera terminado su informe,<br />
el juez, siguiendo el ritual establecido, dispuso:<br />
– La defensa del acusado tiene la palabra para informar.<br />
Ocurrió entonces que entre el letrado y la letrada se<br />
cruzaron, en voz baja pero audible, sendas y repetidas<br />
invitaciones:<br />
– Habla tú primero...<br />
– No, habla tú...<br />
– Que no tú...<br />
– Tú...<br />
Visto que los dos abogados no alcanzaban el necesario<br />
consenso sobre el orden en que habían de informar, el juez,<br />
sin acritud, les conminó:<br />
– Por favor, ruego a los letrados que se pongan de acuerdo...<br />
Entonces, el abogado que protagoniza este relato, accediendo<br />
a doblegar su voluntad en aras a la galantería, concedió<br />
a su joven colega:<br />
– Está bien, informaré yo primero.<br />
Y dirigiéndose al juez, dijo por todo decir:<br />
– Con la venia, señor, para adherirme a lo que a continuación<br />
va a informar mi compañera...<br />
Mayo - Agosto 2006