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artículos - LA TOGA

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82<br />

Contraportada<br />

La Toga<br />

Un letrado con ingenio<br />

Juan Camuñez Ruiz<br />

Abogado<br />

uchos años contendiendo, en noble lid<br />

M<br />

judicial, con tantos compañeros, me han<br />

deparado la impagable merced de contar<br />

hoy con innumeros amigos. Naturalmente,<br />

con unos he sintonizado más que con<br />

otros, bien por la semejanza de caracteres,<br />

ora por la concurrencia de gustos o<br />

ya por compartir aficiones. En cualquier<br />

caso, y en buena hora lo pueda proclamar, han sido pocos<br />

los colegas que, a su paso por mi catálogo de contrapartes,<br />

me han dejado un mal recuerdo. Ni siquiera eso, pues que<br />

los que merecieron la consideración de “malages” tiempo<br />

ha que los desterré a los sótanos del olvido.<br />

Mi evocación de viejos tiempos se complace hoy, por<br />

un impulso repentino, en detenerse en la figura de un<br />

dilecto compañero y amigo príncipe, al que desde siempre<br />

he profesado un afecto especial, que me precio de tener<br />

correspondido. No es necesario citar su nombre, que a los<br />

jóvenes y a los que están lejos de nuestro círculo nada dirá,<br />

y para los que nos son cercanos su mención acaso resultara<br />

ociosa.<br />

Cuando llegó la hora de entrar en quintas,él no me<br />

debia andar muy a la zaga; quiero decir, abandonando tan<br />

innecesario circunluquio, que le aventajo en pocos años.<br />

Coincidimos en el ejercicio profesional muy jóvenes ambos<br />

y encauzamos nuestro trabajo por los mismos derroteros,<br />

lo que nos permitió una coincidencia casi permanente en<br />

Juzgados y Tribunales. Esto hizo nacer unos lazos afectivos<br />

que el correr del tiempo se encargó de fortalecer.<br />

Tiene este compañero un envidiable sentido del humor,<br />

que es, pese a lo circunspecto de mi talante, un valor que<br />

otorgo una alta cotización en el parqué de las prendas personales.<br />

Bastantes de los episodios que forman parte de<br />

mi conmonitorio de anécdotas judiciales, lo tiene a él por<br />

protagonista o ha sido él quien me ha transmitido el sucedido<br />

jocoso. Sin ir más lejos, en este momento se me viene<br />

a las mientes aquel lejano día en que ambos compartíamos<br />

estrados en un juicio penal. Teníamos enfrente a un fiscal al<br />

que le distinguían unos ojos con unas pupilas de un purísimo<br />

azul celeste. En un momento de su informe, antes de<br />

formular petición alguna, el buen fiscal dijo:<br />

– ...porque la verdad es que este asunto no lo veo claro...<br />

Al oir estas palabras, el compañero me susurró:<br />

– Pues si éste no lo ve claro, con esos ojos, imáginate yo...<br />

Pero lo que hoy quiero traer a esta página, agazapada<br />

en una esquina de la Revista, es una muestra irrebatible del<br />

ingenio y la gracia de este querido colega. Con él compartió<br />

el protagonismo del episodio una joven -lo era entonces<br />

y lo sigue siendo- compañera, de clara inteligencia y jovial<br />

carácter. Ambos intervenían al alimón en un juicio de faltas<br />

en el que se había de dilucidar la responsabilidad o la<br />

inocencia del conductor de un vehículo, que había causado<br />

grave estropicio. Los dos letrados asumían, respectiva e<br />

indistintamente, la defensa del conductor enjuiciado y la<br />

del responsable civil subsidiario, lo que es tanto como decir<br />

que los argumentos de fondo a esgrimir por una y por otro<br />

eran comunes.<br />

Las prisas, acentuadas por la dispersión de sedes judiciales,<br />

que con tanta frecuencia abruman a los profesionales,<br />

que, careciendo del don de la ubicuidad, han de acudir<br />

simultáneamente a más de un órgano jurisdiccional, hizo<br />

que estos dos abogados no tuvieran tiempo de cruzar unas<br />

palabras antes de entrar en Sala y, por ende, de trazar la<br />

estrategia a seguir, de forma tal que se vieron sentados en<br />

el estrado, uno al lado del otro, justo en el momento de<br />

comenzar el juicio.<br />

Después de que el fiscal hubiera terminado su informe,<br />

el juez, siguiendo el ritual establecido, dispuso:<br />

– La defensa del acusado tiene la palabra para informar.<br />

Ocurrió entonces que entre el letrado y la letrada se<br />

cruzaron, en voz baja pero audible, sendas y repetidas<br />

invitaciones:<br />

– Habla tú primero...<br />

– No, habla tú...<br />

– Que no tú...<br />

– Tú...<br />

Visto que los dos abogados no alcanzaban el necesario<br />

consenso sobre el orden en que habían de informar, el juez,<br />

sin acritud, les conminó:<br />

– Por favor, ruego a los letrados que se pongan de acuerdo...<br />

Entonces, el abogado que protagoniza este relato, accediendo<br />

a doblegar su voluntad en aras a la galantería, concedió<br />

a su joven colega:<br />

– Está bien, informaré yo primero.<br />

Y dirigiéndose al juez, dijo por todo decir:<br />

– Con la venia, señor, para adherirme a lo que a continuación<br />

va a informar mi compañera...<br />

Mayo - Agosto 2006

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