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oct.-dic. 1967 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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des. Que no por eso dejan de asomarse a la<br />

escena: JI-Pues habiéndole escrito, no me ha<br />

honrado -como merece la que tú me has dado".<br />

Queda aquí elíptico el sustantivo a qu.e se refiere<br />

el artículo la, la que tú me has dado; y<br />

que podrá ser la fama, la honra, la prez, la estima,<br />

etc. Una elipsis ejemplarizada por la propia<br />

Academia, la cual además nos advierte:<br />

"Hasta las más breves interjecciones encierran<br />

un pensamiento, y, por consiguiente, son<br />

oraciones el ípticas (...) A veces los vocablos<br />

omítidos por la figura elípsis se suplen con el<br />

gesto o con la accíón, lo cual es más fácil de<br />

comprender que de explicar".<br />

Con lo que casi nos da una definición <strong>del</strong><br />

arte escénico, o de su mímica.<br />

Veamos otros aspectos de la elipsis incorporada<br />

al lenguaje corriente y por tanto, al teatral:<br />

el chofer no puede dos cosas. Oí esta frase<br />

en un ómnibus departamental, a cuyo chofer<br />

querían pagar directamente algunos pasajeros.<br />

Magnífica elipsis campera: la <strong>del</strong> verbo y la <strong>del</strong><br />

adverbio. La frase completa diría: el chofer no<br />

puede (hacer) dos cosas (simulánetamente).<br />

Otra, de una carta misiva: con decirle que ni<br />

al café voy. La frase completa sería evidentemente:<br />

con decirle que ni al café voy, está <strong>dic</strong>ho<br />

todo. Un buen corte elíptico: no <strong>dic</strong>e pero<br />

sugiere claramente.<br />

Tales, en corta evocación, algunos de los trasgos<br />

que complican, en nuestro idioma teatral,<br />

las preguntas y las réplicas habituales; no precisamente<br />

espíritus burlones, sino paradojalmente<br />

secos y esmirriados en su propia brevedad.<br />

¿Alguna receta para ahuyentarlos? No cree<br />

'\'eue la haya. Acaso podría anotar: para no ser<br />

equívoco hay que Ser redundante, es preferible<br />

t<br />

~rlo. Acaso podría orientarnos la vieja sentenla<br />

de Leonardo da Vinci: la teoría e iI capitano;<br />

,a prattica sono i soldati. Receta de un genial<br />

,eórico-práctico; quizá receta de recetas.<br />

TEATRO Y COMENDADORES<br />

Que es peligroso dar la mano a comendadores<br />

petrificados lo saben casi todosj por lo general<br />

se llevan al incauto a los quintos infiernos. Pero<br />

con tan mala costumbre y todo, los comendadores-estatua<br />

gozaron de gran pre<strong>dic</strong>amento en<br />

el siglo XVII. Ahí tenemos en primera línea al<br />

<strong>del</strong> Burlador de Sevilla, de Tirso de Malina; o<br />

al <strong>del</strong> Convidado de Piedra, de Cicognini, que<br />

son patéticos y terribles sin vuelta, entre otros<br />

de menor celebridad.<br />

Pasa el tiempo y surge, en el Don Juan ou le<br />

Festin de Pierre, el lacónico y vengativo Comendador<br />

de Moliére. En la escena final no Se<br />

anda con vueltas para asir la mano' de Don<br />

Juan, el cual comienza desde luego a achicharrarse<br />

y acto continuo es precipitado al 9§@:: \/~<br />

tro. La escena queda sin protagonistas; solo resta'<br />

Sganarelle para exponer una casera filosofía<br />

<strong>del</strong> episodio, rematada sentenciosamente mon<br />

maitre punie par le plus epouvantable chatiment<br />

du monde. Reparemos: ese Comendador molieresco<br />

aparece en Sicilia y no en Sevilla, como<br />

es habitual entre Comendadores que se respe·<br />

tan. Tal vez por ello aspira tan formalmente a<br />

la vendetta funcional.<br />

Sigue andando el tiempo y Bernard Shaw nos<br />

presenta un nuevo Comendador de talla escultórica,<br />

difunto y parlanchín, amigo de un Dia.<br />

blo pre<strong>dic</strong>ador y de un Don Juan hastiado, filósofo<br />

y evolucionista acérrimo. Ya no piensa<br />

en seducciones, raptos ni duelos, sino en el<br />

super-hombre y el porvenir biológico de la raza<br />

humana.<br />

Junto a esa dinastía de Comendadores ecto·<br />

plasmáticos y marmóreos, se desarrolla la línea<br />

de Lope de Vega, de Calderón de la Barca, de<br />

Ruiz de Alarcón y tantos más. Son los de capa<br />

y espada; vivaces y pendencieros, pragmáti cos<br />

en el amor, sentenciosos en el decir.<br />

Naturalmente, una dinastía no suplanta la<br />

otra; así, hasta bien entrado nuestro siglo, siguió<br />

en repertorio aquel popular "Don Juan<br />

Tenorio" de José Zorrilla, y no faltaron por cierto<br />

las parodias al estilo de Vittone-Pomar, con<br />

Comendadores de carnestolendas. Pero prosigamos<br />

ahora con la ante<strong>dic</strong>ha categoría histórica.<br />

Con "Peribáñez o el Comendador de Ocaña"<br />

Lope de Vega presenta un Comendador desde<br />

el título. La anécdota es bien conocida y afamada:<br />

honor, dignidad, venganza. Y un rey castellano<br />

que perdona y dignifica: no hay sangre<br />

donde hay honor. Así, con brevedad de salmista,<br />

justífica y enaltece esa muerte trágica: es tan<br />

adecuada como trágica.<br />

Muy diferente aparece el caso en la más re·<br />

cardada de las obras de Lope, por algo apo-<br />

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