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12<br />
El<br />
señalador<br />
MÁS ALLÁ DE<br />
LAS TENDENCIAS<br />
POR Maximiliano Tomas*<br />
Vamos a decirlo sin demasiados rodeos:<br />
la industria editorial no está exenta de<br />
las modas, como sucede con cualquier<br />
otra industria que se dedique a fabricar<br />
y comercializar bienes. Si cada vez se<br />
publica más, si cada vez se venden menos<br />
ejemplares impresos (ya que elaborar un<br />
índice de lectura confiable es una tarea<br />
ímproba), debe existir una manera de<br />
direccionar las ventas con cierta precisión.<br />
Para eso, ya no es necesario que<br />
los editores se preocupen por publicar<br />
los mejores libros posibles sino que, en<br />
busca de la supervivencia del ecosistema<br />
editorial, logren atrapar un clima<br />
de época (los volátiles intereses del<br />
público lector) y lo digieran en forma de<br />
libro. Y muchos libros, sobre un mismo<br />
tema, conforman una tendencia, y una<br />
tendencia, cuando funciona, se convierte<br />
en moda. Así, desde la crisis del 2001<br />
para acá, por ejemplo, primero fueron<br />
los libros de historia argentina; después,<br />
las novelas románticas; más tarde, los<br />
libros eróticos; ayer mismo (los géneros<br />
duran aproximadamente una temporada)<br />
el policial en todas sus vertientes. Ahora,<br />
parece, lo que se viene es el terror.<br />
Por lo general, es un libro el que dispara<br />
el fenómeno. En su momento, fue Lanata<br />
y la historia argentina o Las cincuenta<br />
sombras de Grey y el llamado “porno<br />
para mamis”. Por ahora, no hay un autor<br />
que se adjudique el dominio del terror<br />
literario, más allá del siempre presente<br />
Stephen King. Precisamente hace poco<br />
se publicó una antología llamada King,<br />
tributo al rey del terror, en la que un grupo<br />
de escritores latinoamericanos rendían<br />
su homenaje al maestro contemporáneo<br />
de las pesadillas. Para la literatura argentina,<br />
por ejemplo, el terror fue un género<br />
más bien olvidado, salvo las consabidas<br />
incursiones de Holmberg, Lugones,<br />
Quiroga, Sabato, Pizarnik e incluso<br />
Cortázar, y el intento a veces olvidado<br />
pero muy destacable de Charlie<br />
Feiling (dejemos de lado el terror que<br />
pueden provocar algunos de los textos de<br />
Osvaldo Lamborghini, ligados tal vez<br />
al inconsciente).<br />
Ya aparecerán otras antologías, concursos,<br />
premios y celebraciones. No faltará mucho<br />
para que autores locales de renombre<br />
se vuelquen al terror como manera<br />
de prolongar su sobrevida en las mesas<br />
de novedades. Deberíamos destacar aquí,<br />
por lo menos, dos nombres de autores<br />
nacidos en la década del 70, ajenos a las<br />
modas, que manifestaron, desde siempre,<br />
en sus escritos un genuino interés por<br />
el horror: Juan José Burzi (Buenos<br />
Aires, 1976), que publicó, entre otros,<br />
el libro Los sueños del hombre elefante;<br />
y Mariana Enriquez (Buenos Aires,<br />
1973) que, de hecho, transitó el género<br />
desde sus notas periodísticas en Página/12,<br />
a través de la crónica en Alguien<br />
camina sobre tu tumba (en las que relata<br />
las visitas a diferentes cementerios) y en<br />
sus dos libros de relatos: Los peligros de<br />
fumar en la cama y el reciente Las cosas<br />
que perdimos en el fuego. Nadie podría<br />
acusarlos de ser unos recienvenidos ni,<br />
mucho menos, de oportunistas.<br />
Pero a mí me gustaría destacar, sobre<br />
todo, aquellos autores en los que el terror<br />
sucede a pesar de ellos. Es decir, autores<br />
que muy probablemente no se propusieron,<br />
como meta, escribir narraciones<br />
terroríficas, cuyo resultado, sin embargo,<br />
causa fascinación y pavor. Por mencionar<br />
solo algunos, nadie debería dejar de<br />
visitar el primer libro de Pablo Ottonello<br />
(Buenos Aires, 1983), Quiero ser<br />
artista, cuyo primer relato, “Kovacic”,<br />
es una pequeña pieza maestra del terror<br />
científico-poético (sería interesante leerlo<br />
en paralelo con el Informe sobre ectoplasma<br />
animal, de Roque Larraquy, y<br />
con “El intercesor”, cuento que abre el<br />
libro Las esferas invisibles, de Diego<br />
Muzzio, ya que parecen estar escribiendo<br />
sobre lo mismo).<br />
Junto a todos ellos, debería aparecer el<br />
nombre de Luciano Lamberti (San<br />
Francisco, Córdoba, 1978), uno de los<br />
autores más destacados de la nueva<br />
narrativa argentina, que comenzó escribiendo<br />
poesía pero quien, con solo dos<br />
libros de cuentos demostró de lo que es<br />
capaz en el campo de la narrativa. En El<br />
asesino de chanchos, publicado en 2010,<br />
entregó nueve cuentos de corte realista<br />
en los que la incertidumbre y la amenaza<br />
estaban latentes. En 2012, sus relatos se<br />
enrarecieron y alcanzaron una forma aún<br />
más atractiva y desestabilizadora. Fueron<br />
reunidos en el volumen El loro que podía<br />
adivinar el futuro. Este libro contiene el<br />
que alguien ha<br />
llamado el mejor<br />
cuento de terror<br />
de la literatura<br />
argentina de los<br />
últimos años: “La<br />
canción que cantábamos<br />
todos<br />
los días”. No hay<br />
un solo elemento<br />
del terror clásico<br />
en el cuento,<br />
salvo quizá por el<br />
bosque en el que<br />
desaparece el hermano mayor de una<br />
familia (para volver convertido en otro),<br />
y, sin embargo, la sensación es aterradora.<br />
Lamberti, a quien no hay que perder de<br />
vista, acaba de publicar su primera novela,<br />
La maestra rural. Cierro esta nota,<br />
precisamente, para tirarme en el sillón y<br />
empezar a leerla<br />
* Editor literario, crítico y periodista cultural.