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de un objeto y este, anulación directa del referente que, al<br />

carecer de contexto y perspectiva, sobrevuela y se dispersa<br />

en un espacio específico hogareño que pierde la acogida funcional<br />

que detenta. En la casa de los abuelos, el fondo sonoro<br />

no responde a la lógica que suele desplegarse en la relación<br />

entre la silueta de un objeto y su necesario timbre sonoro. En<br />

Los huéspedes los sonidos domésticos vienen de ningún lugar<br />

y se entrometen en la realidad sonora del film sin hallar una<br />

distribución natural en el campo visible. El fuera de campo<br />

distorsiona el campo de lo visible.<br />

Dicho de otro modo: la astucia de Shyamalan estriba en<br />

desestimar la apoyatura musical de cuerdas que se desmarca<br />

de la organización melódica, acentuando armonías poco<br />

ortodoxas como suele suceder y estipularse en el género de<br />

terror en sí, y trabajar ese mismo concepto musical sobre la<br />

“música” concreta y material de un hogar, desnaturalizando<br />

entonces los ruidos domésticos y devolviéndolos como emisiones<br />

fragmentadas que se desentienden de toda relación<br />

lógica y del orden espacial al que pertenecen. Para eso es determinante<br />

saturar esporádicamente el fondo sonoro aislándolo<br />

en el plano. El sonido se siente al fondo, a los costados,<br />

al frente, pero nunca como una unidad orgánica que restituya<br />

el presunto escalonamiento geométrico entre las distancias<br />

de los objetos en el espacio de la casa. El sonido no debe<br />

coincidir con la mirada o lo susceptible de ella. Los sonidos<br />

llegan así por dispersión y en volúmenes inverosímiles frente<br />

a la relación que impondría cualquier mirada. El resultado es<br />

verificable: la casa luce tomada por una expresión tenebrosa<br />

que tiene primero un sonido.<br />

Tal vez Shyamalan haya retomado cierta poética empleada<br />

por el gran Alfred Hitchcock en Los pájaros [Ver<br />

también “Los sonidos del temblor”, página 32]. El director<br />

inglés había concebido una banda de sonido de pájaros reemplazando<br />

la interpretación humana, esto es, sin construir<br />

el canto de los pájaros en términos musicales. La intuición<br />

de Hitchcock fue ecualizar no tanto el canto de los pájaros<br />

sino las notas sueltas, que no se encadenaban necesariamente<br />

en patrones melódicos y componían un zumbido inhumano<br />

y primitivo que condicionaba a las imágenes. De eso se<br />

trata en el terror: de psicotizar por el sonido la estabilidad<br />

de la imagen.<br />

Nada más psicotizante que la experiencia de un campo de<br />

concentración. ¿No es lo ominoso lo que se intenta instituir y<br />

por tanto producir a través de toda la actividad sistemática en<br />

esos countries cerrados del horror? Justamente la labor orientada<br />

al exterminio consiste en poner de manifiesto la descomposición<br />

de lo real como premisa de toda acción en lo real.<br />

En este sentido, y solamente en ese, acierta László Nemes<br />

en El hijo de Saúl, la última incursión en representar el<br />

horror del Holocausto en el cine. El tema del film es antipático<br />

e incómodo: un miembro de un Sonderkommando<br />

cree reconocer a su hijo en un jovencito que sobrevive a la<br />

cámara de gas. Un oficial nazi descubrirá el cuerpo con vida<br />

y se encargará de terminar con el procedimiento asesino.<br />

De ahí en más, el film se centra en las peripecias de Saúl<br />

por darle una sepultura religiosa a ese joven, el hijo de Saúl.<br />

Es así que en pleno octubre de 1944, cuando en Auschwitz<br />

Los huéspedes<br />

M. Night Shyamalan<br />

corrían rumores que hasta esos judíos con “privilegios” iban<br />

a ser aniquilados, el film va desplazando su interés desde ese<br />

destino colectivo hacia la obsesión ritual del protagonista por<br />

enterrar a su hijo.<br />

A Nemes, además de narrar, le interesa, quizás más, intensificar<br />

y comunicar la percepción distorsionada de su protagonista<br />

apelando a un dispositivo visual en el que el campo visual<br />

se enrarece sistemáticamente; los prisioneros y las víctimas<br />

apenas se divisan. La anulación de la profundidad de campo<br />

olvida a los habitantes del campo y el desenfoque permanente,<br />

tanto sobre los cadáveres como también sobre los futuros<br />

muertos, implica inevitablemente un refuerzo sonoro. La no<br />

visibilidad reclama una cierta composición sonora. Es ese el<br />

mayor poder del film de Nemes, cuyo problema no pasa por<br />

la invisibilización de los detenidos sino por el corrimiento<br />

parcial en el eje narrativo del destino de esa mayoría. La tensión<br />

narrativa se centrará en demasía en el éxito de un delirio<br />

funerario, al que se le adjudicará incluso un plus teológico y<br />

un matiz escatológico. He aquí un problema ético, un punto<br />

de vista delicado.<br />

Por eso el film tiene un poder absoluto en el comienzo, antes<br />

de que el hijo tome su peculiar protagonismo, segmento narrativo<br />

en el que todavía los judíos a punto de ser asesinados<br />

en grupo en la cámara de gas están en el centro del relato.<br />

Las escenas iniciales son al respecto contundentes, porque<br />

el heterodoxo fuera de campo impuesto por el desenfoque<br />

El hijo de Saúl<br />

László Nemes<br />

programático en el registro conlleva una amplificación maximalista<br />

del campo sonoro en su conjunto.<br />

Es por el sonido, necesariamente, que Nemes transmite lo<br />

imposible de ser narrado. Solamente de ese modo se puede<br />

contar la instancia previa a que se suelte el gas sobre los<br />

cientos de cuerpos amontonados en las cámaras. Los golpes<br />

de las víctimas sobre las paredes de la cámara y los gritos<br />

desesperados ante la asfixia sintetizan el horror como pocas<br />

veces se “vio” en el cine. Es el sonido el que materializa la<br />

abyección y la física de una crueldad infinita. La paradoja<br />

inquietante es que aquí el sonido no es un ruido sino un<br />

cuerpo sonoro colectivo que representa a la humanidad<br />

como un todo. El alarido desesperado no es ciertamente<br />

lenguaje, pero la universalidad de esos gritos son el corazón<br />

del lenguaje de los hombres. Sin embargo, esa sonoridad<br />

apabulla el lenguaje. Sabemos qué sucede, hay palabras para<br />

significar lo que acontece y aún así el discurso, todo discurso,<br />

se confronta con su ineficacia y su imposibilidad. Lo<br />

inhumano pervierte el lenguaje y también el recogimiento<br />

en el silencio que solemos dedicar a nuestros muertos. En<br />

el sonido infernal de esas escenas de El hijo de Saúl se escuchan<br />

las estrofas de lo ominoso en todo su esplendor: es el<br />

terror en estado puro, que Alemania hizo posible en Europa<br />

unas pocas décadas atrás<br />

* CRÍTICO DE CINE de La voz del interior, Córdoba. Publicó El inconsciente de las<br />

películas, ed. Brujas. Programador del Festival de Cine de Hamburgo.<br />

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