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VIDA SANTO DOMINGO GUZMÁN

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la frente, y se le oía decir estas palabras: “Señor, ten piedad de mí; de mí, que soy un<br />

pecador”; y las de David cuando decía: “mi alma está pegada al suelo; concededme la vida<br />

según vuestra promesa”, y otras frases semejantes. Cuando se había levantado miraba<br />

fijamente al crucifijo; luego doblar las rodillas cierto número de veces, mirándolo y<br />

adorándolo al mismo tiempo. De cuando en cuando, esta contemplación muda quedaba<br />

interrumpida por exclamaciones, y decía: “Señor, yo os he llamado; no os apartéis de mí, no<br />

me neguéis vuestra palabra”, y otras expresiones sacadas del Evangelio. Algunas veces su<br />

genuflexión se prolongaba; la palabra no llegaba de su corazón a sus labios y parecía entrever<br />

el Cielo con su mente, y enjugaba las lágrimas en sus mejillas; su pecho se veía anhelante<br />

como el del viajero que se acerca a su patria. Otras veces estaba de pie, con las manos<br />

abiertas ante sí como un libro, pareciendo que leía atentamente, o levantaba los brazos a la<br />

altura de los hombros, como un hombre que escucha, o se cubría los ojos con las manos para<br />

meditar profundamente. También se le veía sobre la punta de los pies, con el rostro hacia el<br />

cielo, juntas las manos por encima de la cabeza en forma de flecha; luego las separaba, como<br />

haciendo una súplica, y las volvía a unir, como si hubiera conseguido lo que pedía, y en este<br />

estado, en el que parecía no tocaba la tierra, tenía la costumbre de decir: “Señor, escuchadme<br />

mientras os dirijo mis ruegos, mientras elevó mis manos hacia vuestra sagrada mansión.”<br />

tenía una manera de orar, que raras veces empleaba, cuando quería obtener de Dios alguna<br />

gracia extraordinaria: se ponía en pie, con los brazos muy extendidos en cruz, imitando a<br />

Jesucristo moribundo y elevando hacia su Padre aquellos clamores potentes que salvaron al<br />

mundo. En estos casos decía con voz grave y clara: “Señor, yo os he implorado, he tendido<br />

mis brazos hacia Vos todo el día; mi alma está ante Vos como una tierra sedienta;<br />

escuchadme prontamente.” De esta manera oró cuando resucitó al joven Napoleón; pero los<br />

que presenciaron aquel acto no entendieron las palabras que pronunciaba, y no se atrevieron<br />

nunca a preguntarle lo que había dicho.<br />

Además de las súplicas particulares que inspiraban a Domingo las necesidades y los<br />

acontecimientos diarios, tenía siempre presente la causa de la Iglesia Universal en su espíritu.<br />

Oraba por la extensión de la fe en el corazón de los cristianos, por los pueblos asentados aún<br />

en la esclavitud del error, por las almas que sufrían en el Purgatorio por el resto de sus<br />

pecados. “poseía una caridad tan ardiente por las almas - dice uno de los testigos en el<br />

proceso de su canonización -, que se extendía no sólo a todos los fieles, sino también a los<br />

infieles y hasta aquellos que están sufriendo los dolores del infierno, y por ellos vertía<br />

muchas lágrimas.” (“Actas de Bolonia”, declaración de fray Ventura, n. 9) no le bastaban las<br />

lágrimas: tres veces cada noche mezclaba su sangre a sus plegarias, satisfaciendo de esta<br />

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