VIDA SANTO DOMINGO GUZMÁN
Vida_de_Santo_Domingo_de_Guzman,_Fray_Enrique_Domingo_Lacordaire_OP
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Císter y la de los españoles. Se trataba con frecuencia de la necesidad de establecer una<br />
Orden religiosa cuyo oficio fuese la predicación, y la llegada de los Cístercienses a Montreal,<br />
confirmando todo cuanto había sido hecho, inspiró el deseo más firme de ir más allá. En el<br />
fondo, era el obispo de Osma el que figuraba como jefe de la empresa, aunque en su calidad<br />
de simple obispo fuese inferior a los legados, y que, como obispo extranjero, dependía en su<br />
acción espiritual de los prelados franceses. Pero por medio de sus consejos había dado el<br />
impulso en el momento en que todo parecía desesperar; había sido el primero que había<br />
puesto sus manos al servicio de la obra, sin volver nunca la cabeza hacia atrás; hasta había<br />
llegado a conquistarse el afecto de los herejes, que decían de él “que era imposible que aquel<br />
hombre no hubiese sido predestinado para aquella función, y que, sin duda, había sido<br />
enviado para que viviese entre ellos para enseñar la verdadera doctrina”. (Bto. Jordán de<br />
Sajonia: “Vida de Santo Domingo”, cap. I n. 1.) Por fin, esa fuerza secreta que coloca a cada<br />
hombre en el lugar que debe ocupar le elevó sobre todos. Pensó volver a España para arreglar<br />
los asuntos de su diócesis, reunir recursos en favor del convento de Prouille, que los<br />
necesitaba; traer nuevos misioneros a Francia y sacar provecho del estado a que las cosas<br />
habían llegado. Una vez tomada esta resolución, salió a pie camino de España.<br />
Al entrar en Pamiers, D. Diego encontró al obispo de Tolosa, al de Coserans y un gran<br />
número de abades de diversos monasterios, que, advertidos de su marcha, habían venido para<br />
saludarle. Su presencia dio lugar a una célebre disputa con los Valdenses, que dominaban en<br />
Pamiers bajo la protección del conde de Foix. El conde invitó a comer a los herejes y a los<br />
católicos, y les ofreció su palacio para que en él se celebrase la conferencia. Los católicos<br />
eligieron por árbitro a uno de sus adversarios más declarados, que pertenecía a la más elevada<br />
nobleza de la ciudad. El resultado superó con mucho a cuanto esperaban. Arnoldo de<br />
Campranham, que era el árbitro designado, dio su voto en favor de los católicos y abjuró la<br />
herejía; otro hereje distinguido, Durando de Huesca, no contento con convertirse en la<br />
verdadera fe, abrazó la vida religiosa en Cataluña, adonde fue a retirarse, y fue el padre de<br />
una nueva Congregación que llevaba el nombre de “Católicos pobres”. Estos dos<br />
abjuraciones, que no fueron las únicas, conmovieron profundamente la ciudad de Pamiers y<br />
atrajeron sobre los católicos grandes pruebas de estima y alegría por parte del pueblo.<br />
Después de este triunfo, que coronaba dignamente su apostolado, D. Diego se despidió de<br />
todos los reunidos para honrarle a su salida de Francia. Se ignora si Domingo le acompañó<br />
hasta allí; tal vez se separasen en Prouille y fuera bajo aquel techo amado donde sus ojos se<br />
vieran por última vez; pues Dios, en sus impenetrables consejos, tenía decidido que aquella<br />
mirada no se renovase entre ellos en este mundo.<br />
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