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VIDA SANTO DOMINGO GUZMÁN

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de sus sillas a los obispos de Carpentras y de Vaison; un católico no podía alcanzar justicia<br />

cuando se las había con un hereje: todas las empresas del error estaban bajo su custodia, y<br />

afectaba por la religión un desprecio patente, que al tratarse de un príncipe puede<br />

considerarse como tiranía. Un día que el obispo de Orange vino a suplicarle no arruinase los<br />

lugares sagrados y se abstuviese, al menos en Domingo y fiestas, de permitir los males con<br />

que aniquilaba entonces la provincia de Arles, tomó la mano derecha del prelado y dijo: “Juro<br />

por esta mano no tener en cuenta ni los Domingos ni las fiestas y no sentir compasión por las<br />

personas ni las cosas eclesiásticas”. (“Cartas de Inocencio III”, lib. X, carta LXIX.) Francia,<br />

en aquellos tiempos, estaba infestada por gente guerrera sin ocupación, que, agrupada en<br />

bandas numerosas llenaba los caminos robando y asesinando. Perseguidos por Felipe<br />

Augusto, encontraron en tierras del conde de Tolosa, su vasallo, una impunidad segura,<br />

debida al ardor con que ellos cooperaban a sus deseos con sus predaciones y crueldades<br />

sacrílegas. Quitaban los vasos sagrados de los tabernáculos, profanaban el cuerpo de<br />

Jesucristo, arrancaban a las imágenes de los santos los ornamentos para cubrir con ellos a las<br />

mujeres de vida licenciosa; destruían las iglesias, no dejando piedra sobre piedra; mataban a<br />

los sacerdotes, azotándolos con vergajos o apaleándolos; muchos de ellos fueron desollados<br />

vivos. Una execrable traición del príncipe dejaba a sus súbditos sin defensa contra las<br />

persecuciones de los asesinos. Cuando, después de tantos crímenes de que era autor o<br />

cómplice, el conde de Tolosa recibió entre el número de sus amigos al asesino de Pedro de<br />

Castelnau, a quien colmó de favores, esto agotó la paciencia y llegó el momento en que la<br />

tiranía se desplomó debido a su exceso.<br />

Nos engañaríamos si creyésemos que era fácil a la cristiandad castigar al conde de<br />

Tolosa. Su posición era formidable, y bien lo probaron los acontecimientos. Ramón VI murió<br />

victorioso sobre sus enemigos, después de catorce años de guerra; al morir transmitió a su<br />

hijo el patrimonio de sus antepasados, patrimonio que disfrutó hasta el momento de su<br />

muerte, y aquel gran feudo no entró a formar parte de la corona de Francia sino a<br />

consecuencia del matrimonio de un hermano de san Luis con la hija única del conde Ramón<br />

VII. La fuerza de esta casa era debida a muchas causas. Poseía latifundios en el país desde<br />

antiguos tiempos, y una ilustración merecida la recomendaba al amor de los pueblos. La<br />

herejía, al llegar a ser casi general, había servido entre el príncipe y sus súbditos de nuevo<br />

lazo de unión, separándoles del resto de la cristiandad, dando de esta manera a sus relaciones<br />

el nervio de una liga religiosa. Los vasallos de todas las jerarquías compartían los errores de<br />

sus soberanos y la codicia sentida por los bienes del clero los unía, tanto por sustentar las<br />

mismas ideas como por tener los mismos intereses. El número de católicos existente no era ni<br />

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