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VIDA SANTO DOMINGO GUZMÁN

Vida_de_Santo_Domingo_de_Guzman,_Fray_Enrique_Domingo_Lacordaire_OP

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Todos estos hechos, comprendiendo el viaje de Francia a Roma, tuvieron lugar dentro<br />

del espacio de cinco a seis meses, desde el 11 de septiembre de 1217 a principios de marzo<br />

del año siguiente. Sin embargo, a pesar de tantas ocupaciones y deberes, Domingo encontraba<br />

aún tiempo para entregarse a obras particulares de caridad. Iba con frecuencia a visitar a las<br />

“reclusas”, es decir, a las mujeres que voluntariamente se habían encerrado en huecos de<br />

murallas para no salir de ellos jamás. Estas mujeres se encontraban en diversos puntos de la<br />

ciudad, en las laderas desiertas del monte Palatino, en el fondo de las antiguas torres de<br />

guerra, en los arcos de los acueductos en ruinas, como centinelas de la eternidad destacadas<br />

en aquellos restos. Domingo iba a visitarlas al caer de la tarde; les llevaba en su corazón<br />

aumento de fuerzas que había reservado en él para ellas; después de haber hablado a la<br />

muchedumbre, iba a hablar a la soledad. Una de estas reclusas, llamada Lucía, que habitaba<br />

detrás de la iglesia de san Anastasio, en el camino de San Sixto, sufría de un mal devorador<br />

en un brazo, qué dejaba al descubierto el hueso. Domingo la curó una tarde con una simple<br />

bendición. Otra, cuyo pecho estaba comido por los gusanos, tenía su alojamiento en una torre<br />

vecina a la puerta de San Juan de Letrán. Domingo la confesaba, y de cuando en cuando le<br />

llevaba la sagrada Eucaristía. Una vez le rogó le dejase ver uno de los gusanos que la<br />

atormentaban y que ella guardaba amorosamente en su seno, como enviado por la<br />

Providencia. Bona (así se llamaba esta mujer) consintió el deseo de Domingo; pero el gusano<br />

se convirtió en una piedra preciosa en manos del taumaturgo, y el pecho de Bona quedó<br />

purificado y sano como el de un niño.<br />

Domingo estaba entonces en el esplendor de la madurez. Su cuerpo y alma habían<br />

llegado a esa época de la vida en que la incipiente vejez constituye una perfección y una<br />

gracia del vigor. “De mediana estatura, delgado talle, cara bella y un poco coloreado por la<br />

sangre; cabellos y barbas de una rubicundez bastante viva y bonitos ojos. En la frente, entre<br />

las cejas, surgía cierta luz radiante que atraía el respeto y el amor. Estaba siempre alegre, y<br />

era agradable, excepto cuando sentía compasión por alguna aflicción del prójimo. Sus manos<br />

eran largas y bellas; su voz, alta, noble y sonora. No fue nunca calvo, y toda su corona<br />

religiosa estaba sembrada por algunos cabellos blancos.” (Relato de sor Cecilia, n. 14.)<br />

Así nos lo pinta sor Cecilia, que le conoció en aquellos heroicos tiempos de San Sixto<br />

y Santa Sabina.<br />

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