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VIDA SANTO DOMINGO GUZMÁN

Vida_de_Santo_Domingo_de_Guzman,_Fray_Enrique_Domingo_Lacordaire_OP

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de sus hijos, debía estás pronta al primer grito de apuro. De la misma manera que el cazador,<br />

en pie y armado, escucha junto a un árbol de qué lado viene el viento, Europa en aquellos<br />

tiempos con la lanza empuñada y el pie en el estribo, escuchaba atentamente de qué lado<br />

llegaba el ruido de la injuria. Ya descendiese del trono o de la torre de un simple castillo, ya<br />

se precisara pasar los mares para alcanzarlo o simplemente montar a caballo, el tiempo, el<br />

lugar, el peligro, la dignidad no detenían a nadie. No se calculaba si había en ello beneficio o<br />

pérdida: la sangre, o se da sin calcular su precio, o no se da. La conciencia nos paga en este<br />

mundo, y Dios en el otro.<br />

Entre los débiles que la caballería cristiana había tomado bajo su amparo había uno<br />

sagrado entre todos los demás, y era la Iglesia. Como la Iglesia no disponía de soldados ni<br />

baluartes para defenderse, había estado siempre a merced de los perseguidores. Cuando un<br />

príncipe no la quería bien, podía hacer cuanto quisiese contra ella. Pero cuando se hubo<br />

instalado la caballería, tomó bajo su protección la ciudad de Dios, primeramente, porque la<br />

ciudad de Dios era débil, y en segundo lugar, porque la causa de su libertad era la causa<br />

misma del género humano. Como oprimida, la Iglesia tenía derecho como los demás a gozar<br />

de la ayuda de los caballeros; por su título de institución fundada por Jesucristo para<br />

perpetuar la obra de liberación terrestre y la salvación eterna de los hombres, la Iglesia era la<br />

madre, la esposa, la hermana de cuantos poseyesen una buena sangre y una buena espada.<br />

Estoy persuadido de que no hay nadie hoy día incapaz de apreciar este orden de sentimientos;<br />

la gloria de nuestro siglo, entre tantas miserias, es el conocimiento de que hay intereses más<br />

elevados, más universales que los intereses de familia y de nación. La simpatía de los pueblos<br />

franquea de nuevo sus fronteras, y la voz de los oprimidos encuentra un eco en este mundo.<br />

¿Qué francés dejaría de acompañar con sus votos, si no iba en persona, a un ejército de<br />

caballeros que partiese a través de Europa para ir a ayudar a Polonia? ¿Qué francés, aun no<br />

siendo creyente, no considerara crimen, entre los muchos de que es objeto aquel ilustre país,<br />

la violencia contra su religión, el destierro de sus sacerdotes y obispos, la expoliación de los<br />

monasterios, el rapto de las iglesias, la tortura de las conciencias? Si la detención arbitraria y<br />

el encarcelamiento del arzobispo de Colonia ha causado en la Europa Moderna tan viva<br />

emoción, ¿Cuál no sería la emoción causada en Europa en el siglo XIII al saber que un<br />

embajador apostólico acababa de ser asesinado a traición, matándole con una lanza?<br />

No era, ni mucho menos, el primer acto de opresión por el cual la cristiandad tenía<br />

que pedir cuentas al conde de Tolosa. Desde hacía mucho tiempo no había seguridad alguna<br />

para los católicos en el país que dependía de su dominio. Los monasterios habían sido<br />

devastados, las iglesias robadas, y algunas las había convertido en fortaleza; había arrojado<br />

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