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VIDA SANTO DOMINGO GUZMÁN

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con el cual guardaba sus mandamientos, inspirándole un espíritu de sabiduría y de<br />

inteligencia que le permitía resolver sin dificultades los más difíciles problemas” (Teodorico<br />

de Apolda: “Vida de Santo Domingo”, cap. I, n. 17 y 18.)<br />

Dos rasgos nos han quedado de aquellos diez años de vida en Palencia. Durante una<br />

plaga de hambre que desolaba a España, Domingo, no contento con dar a los pobres todo<br />

cuanto poseía, hasta sus vestidos, vendió sus libros, con notas de su puño, para entregarles lo<br />

que sacó de ellos, y al extrañarse algunos de que se privase de los medios de estudio, dijo<br />

estas palabras, que fueron las primeras que pronunció que hayan llegado a la posteridad:<br />

“¿Podría estudiar yo sobre pieles muertas, cuando hay hombres que mueren de hambre?”<br />

(“Actas de Bolonia”, declaración del señor Esteban, n. I.) Su ejemplo cundió, y los maestros<br />

y alumnos de la Universidad se vieron impelidos a acudir en auxilio de los desgraciados. Otra<br />

vez, al ver a una mujer, cuyo hijo estaba cautivo entre los moros, llorar amargamente por no<br />

poder pagar su rescate, le ofreció venderse él mismo para poder restituirle su hijo; pero Dios,<br />

que le reservaba para la redención espiritual de muchísimos hombres, no se lo permitió.<br />

Cuando un viajero pasa a fines de otoño por un país despojado de todas sus cosechas,<br />

encuentra alguna vez colgando de un árbol un fruto escapado a la mano del labrador, y esta<br />

reliquia de la fertilidad desaparecida le basta para juzgar los campos desconocidos que<br />

atraviesa. De la misma manera, la Providencia, dejando en la sombra del pasado la juventud<br />

de su siervo Domingo, ha querido, sin embargo, que la Historia conservase algunos rasgos,<br />

revelaciones incompletas, pero conmovedoras, de un alma en que la pureza, la gracia, la<br />

inteligencia, la verdad y todas las virtudes eran efecto de un amor a Dios y a los hombres<br />

maduros antes de que fuese tiempo.<br />

Llegó Domingo a cumplir los veinticinco años sin que Dios le hubiese manifestado<br />

aún lo que quería de él. Para el hombre del mundo la vida no es sino un espacio que hay que<br />

franquear, lo más lentamente posible, por el camino más cómodo; pero el cristiano no la<br />

considera de esta manera. Sabe que todo hombre es vicario de Jesucristo para trabajar por<br />

medio del sacrificio de sí mismo en la redención de la Humanidad, y que en el plan de esta<br />

grande obra cada uno de nosotros tiene señalado un lugar eternamente marcado y que dispone<br />

de la libertad de aceptarlo o rehusarlo. Sabe que si voluntariamente deserta de este lugar que<br />

la Providencia le ofrecía en la milicia de las criaturas útiles, será sustituido por otro mejor que<br />

él, y que se verá abandonado a su propia dirección en el ancho y corto camino del egoísmo.<br />

Estos pensamientos preocupan al cristiano a quien no ha sido revelada aún su predestinación,<br />

y convencido de que el medio más seguro para llegar a conocerla es su deseo de cumplirla,<br />

sea cual fuere, está presto a todo cuanto Dios le ordene. No desprecia ninguna de las<br />

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