VIDA SANTO DOMINGO GUZMÁN
Vida_de_Santo_Domingo_de_Guzman,_Fray_Enrique_Domingo_Lacordaire_OP
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con el cual guardaba sus mandamientos, inspirándole un espíritu de sabiduría y de<br />
inteligencia que le permitía resolver sin dificultades los más difíciles problemas” (Teodorico<br />
de Apolda: “Vida de Santo Domingo”, cap. I, n. 17 y 18.)<br />
Dos rasgos nos han quedado de aquellos diez años de vida en Palencia. Durante una<br />
plaga de hambre que desolaba a España, Domingo, no contento con dar a los pobres todo<br />
cuanto poseía, hasta sus vestidos, vendió sus libros, con notas de su puño, para entregarles lo<br />
que sacó de ellos, y al extrañarse algunos de que se privase de los medios de estudio, dijo<br />
estas palabras, que fueron las primeras que pronunció que hayan llegado a la posteridad:<br />
“¿Podría estudiar yo sobre pieles muertas, cuando hay hombres que mueren de hambre?”<br />
(“Actas de Bolonia”, declaración del señor Esteban, n. I.) Su ejemplo cundió, y los maestros<br />
y alumnos de la Universidad se vieron impelidos a acudir en auxilio de los desgraciados. Otra<br />
vez, al ver a una mujer, cuyo hijo estaba cautivo entre los moros, llorar amargamente por no<br />
poder pagar su rescate, le ofreció venderse él mismo para poder restituirle su hijo; pero Dios,<br />
que le reservaba para la redención espiritual de muchísimos hombres, no se lo permitió.<br />
Cuando un viajero pasa a fines de otoño por un país despojado de todas sus cosechas,<br />
encuentra alguna vez colgando de un árbol un fruto escapado a la mano del labrador, y esta<br />
reliquia de la fertilidad desaparecida le basta para juzgar los campos desconocidos que<br />
atraviesa. De la misma manera, la Providencia, dejando en la sombra del pasado la juventud<br />
de su siervo Domingo, ha querido, sin embargo, que la Historia conservase algunos rasgos,<br />
revelaciones incompletas, pero conmovedoras, de un alma en que la pureza, la gracia, la<br />
inteligencia, la verdad y todas las virtudes eran efecto de un amor a Dios y a los hombres<br />
maduros antes de que fuese tiempo.<br />
Llegó Domingo a cumplir los veinticinco años sin que Dios le hubiese manifestado<br />
aún lo que quería de él. Para el hombre del mundo la vida no es sino un espacio que hay que<br />
franquear, lo más lentamente posible, por el camino más cómodo; pero el cristiano no la<br />
considera de esta manera. Sabe que todo hombre es vicario de Jesucristo para trabajar por<br />
medio del sacrificio de sí mismo en la redención de la Humanidad, y que en el plan de esta<br />
grande obra cada uno de nosotros tiene señalado un lugar eternamente marcado y que dispone<br />
de la libertad de aceptarlo o rehusarlo. Sabe que si voluntariamente deserta de este lugar que<br />
la Providencia le ofrecía en la milicia de las criaturas útiles, será sustituido por otro mejor que<br />
él, y que se verá abandonado a su propia dirección en el ancho y corto camino del egoísmo.<br />
Estos pensamientos preocupan al cristiano a quien no ha sido revelada aún su predestinación,<br />
y convencido de que el medio más seguro para llegar a conocerla es su deseo de cumplirla,<br />
sea cual fuere, está presto a todo cuanto Dios le ordene. No desprecia ninguna de las<br />
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