VIDA SANTO DOMINGO GUZMÁN
Vida_de_Santo_Domingo_de_Guzman,_Fray_Enrique_Domingo_Lacordaire_OP
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no tocasen sus tierras. Pero el Papa no tenía a nadie en Francia para secundarle en sus<br />
generosas intenciones; no pudo luchar contra la fuerza de los acontecimientos, y sus vanos<br />
esfuerzos únicamente sirvieron para honrar su memoria. El conde Ramón, al abandonar el<br />
sistema práctico que había adoptado al principio, contribuyó al triunfo de los enemigos de su<br />
familia, y fue preciso que una mano suprema interviniese para cambiar de repente el aspecto<br />
de las cosas.<br />
Aunque Montfort quedó con poca gente, no dejó de avanzar, tomar ciudades,<br />
perderlas y volverlas a tomar, mientras el conde de Tolosa, tranquilo por su reconciliación<br />
con la Iglesia, no parecía inquietarse por la caída de sus aliados y vasallos. Pero un concilio<br />
celebrado en Avignon por los metropolitanos de Viena, Arles, Embrun y Aix, bajo la<br />
presidencia de los dos legados Hugo y Milón, vino a hacerle perder su seguridad. El concilio<br />
que se inauguró el 16 de septiembre de 1208, le dio un plazo de seis semanas para cumplir las<br />
promesas que había hecho en San Gil, y de no cumplirlas quedaría excomulgado. Ramón, al<br />
recibir estas noticias, salió para Roma. Admitido en audiencia por el Padre Santo, que le<br />
recibió con testimonio de afecto, se quejó del rigor de los legados para con él, presentó<br />
testimonios auténticos de varias iglesias a las que había indemnizado y se declaró preparado a<br />
cumplir el resto de sus juramentos pidiendo también justificarse de la muerte de Pedro de<br />
Castelnau y de las inteligencias con los herejes de que se le acusaba. El Papa le animó en<br />
estos sentimientos y ordenó se reuniese un nuevo concilio de obispos en Francia para hacerse<br />
cargo de su justificación, con esta cláusula expresa: que si era culpable, se reservaría la<br />
sentencia a la Santa Sede. Ramón, al salir de Roma, visitó la corte del emperador y la del rey<br />
de Francia con la esperanza de obtener alguna ayuda, pero sin éxito. Le fue preciso, pues,<br />
presentarse ante el concilio que tenía que juzgar su causa, y que debía tener lugar en San Gil<br />
hacia mediados de septiembre del año 1210. Quiso justificarse en él de las dos acusaciones de<br />
inteligencia con los herejes y complicidad en el asesinato de Pedro de Castelnau; el concilio<br />
rehusó escucharle sobre estos dos puntos, requiriéndole sencillamente a que cumpliese su<br />
palabra purgando sus dominios de herejes y de la mala gente que los llenaba. Sea que Ramón<br />
no pudiese dar satisfacción a esta exigencia o que no sintiese voluntad para ello, el caso es<br />
que volvió a Tolosa persuadido de que el artificio era inútil y que desde aquel momento nada<br />
tenía que esperar de ninguna parte, sino confiarlo todo a la suerte de las armas. El concilio se<br />
abstuvo, no obstante, de castigarle con la excomunión, porque el soberano Pontífice se había<br />
reservado la sentencia e Inocencio III se contentó con escribirle una carta urgente y afectuosa,<br />
en la que le exhortaba, sin amenaza alguna, a cumplir lo que había prometido. (Lib. XIII,<br />
carta LXXXVIII.)<br />
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