VIDA SANTO DOMINGO GUZMÁN
Vida_de_Santo_Domingo_de_Guzman,_Fray_Enrique_Domingo_Lacordaire_OP
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comenzó por las mujeres, y Francisco por los hombres. El mismo Pontífice, Honorio III,<br />
confirmó sus institutos con bulas apostólicas; el mismo Gregorio IX les canonizó. Por fin los<br />
dos más grandes doctores de todos los siglos florecieron sobre sus sepulcros: santo Tomás,<br />
sobre el de Domingo; san Buenaventura, sobre el de Francisco.<br />
Sin embargo, estos dos hombres, cuyos destinos ofrecían al Cielo y a la tierra tan<br />
admirables armonías, no se conocían. Ambos habitaron en Roma por el tiempo del concilio<br />
de Letrán, y no parece que el nombre del uno hubiese llegado nunca al oído del otro. Una<br />
noche, Domingo, que estaba orando como de costumbre, vio a Jesucristo irritado contra el<br />
mundo, y a su Madre que le presentaba dos hombres para apaciguarle. Él se reconoció en uno<br />
de ellos; pero no sabía quién era el otro, y mirándole atentamente, su imagen no se borró<br />
nunca de su espíritu. Al día siguiente, en una iglesia, se ignora cuál fue, vio bajo el hábito de<br />
mendicante, la figura que le había sido mostrada la noche precedente, y corriendo hacia aquel<br />
pobre, le apretó entre sus brazos con santa efusión, entrecortada por estas palabras: “Sois mi<br />
compañero; caminaréis conmigo; sostengámonos, y nada podrá prevalecer contra nosotros”.<br />
(Gérard de Frachet: “Vidas de los Hermanos”, lib. I, cap. I.) Luego le contó la visión que<br />
había tenido, y sus corazones se fundieron uno en otro entre estos abrazos y discursos.<br />
El abrazo de Domingo y Francisco se ha transmitido de generación en generación en<br />
las personas de su posteridad. Una franca amistad que une hoy día aún a ambas Órdenes de<br />
Predicadores y Menores. Se han encontrado en iguales oficios en todos los puntos del globo;<br />
han edificado sus conventos en los mismos lugares; han ido a mendigar a las mismas puertas;<br />
su sangre, derramada por Jesucristo, se ha mezclado mil veces en el mismo sacrificio y la<br />
misma gloria; han cubierto con su librea los hombros de príncipes y princesas, han poblado el<br />
Cielo con sus santos; sus virtudes, su poder, su fama, sus necesidades, se han aproximado sin<br />
cesar en todos los sitios, y nunca una sombra de celos ha empañado el cristal sin mácula de su<br />
amistad, seis veces secular. Se han esparcido juntos por el mundo, de la misma manera que se<br />
extienden y entrelazan las ramas gozosas de dos troncos parecidos en edad y fuerza; han<br />
adquirido y compartido el afecto de los pueblos, como dos hermanos gemelos reposan sobre<br />
el seno de su única madre; se han dirigido a Dios por los mismos caminos, como dos<br />
perfumes preciosos ascienden libremente hasta el mismo punto del cielo. Todos los años,<br />
cuando llega en Roma la fiesta de santo Domingo, salen las carrozas del convento de Santa<br />
María de la Minerva, en donde reside el General de los dominicos, y van a buscar al convento<br />
de “Ara-Coeli” al General de los franciscanos. Este llega acompañado por gran número de<br />
sus hermanos. Los dominicos y franciscanos, reunidos en dos hileras se dirigen al altar mayor<br />
de la Minerva, y después de haberse saludado recíprocamente, los primeros van al coro; los<br />
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