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VIDA SANTO DOMINGO GUZMÁN

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fosos del castillo. Pidió sus armas y, después de revestirlas, fue a oír misa. Ya estaba<br />

comenzada cuando se le advirtió que las máquinas de guerra habían sido asaltadas y en<br />

peligro de quedar destruidas. “Permitidme - dijo - que vea el sacramento de nuestra<br />

redención.” Llegó otro mensajero y le anunció que sus tropas no podían resistir. “No iré hasta<br />

que no haya visto a mi Salvador.” (Pedro de Vaul-Cernay. “Historia de los Albigenses”,<br />

capítulo LXXXVI.) Al fin, al elevar la hostia el sacerdote, Montfort, de rodillas en tierra y<br />

elevando sus brazos al cielo, pronunció estas palabras: “NUNC DIMITTIS”, y salió. Su<br />

presencia en el campo de batalla hizo retroceder al enemigo hasta los fosos de la plaza; pero<br />

aquella fue su última victoria. Recibió una pedrada en la cabeza; se golpeó el pecho, se<br />

encomendó a Dios y a la bienaventurada Virgen María y cayó muerto.<br />

La fortuna continuó favoreciendo a los Ramones. De los dos hijos que había dejado el<br />

conde de Montfort, el más joven murió ante los muros de Castelnaudary. Cuatro años de<br />

malos éxitos persuadieron al mayor de que no era capaz de estar al frente de la herencia que<br />

le había dejado su padre y cedió todos sus derechos en favor del rey de Francia. El viejo<br />

Ramón, tranquilo en Tolosa bajo la protección de las victorias de su hijo tuvo aún tiempo<br />

para volver sus ojos hacia Dios, que le había castigado y restablecido luego en sus dominios.<br />

El día 12 de julio de 1222, al volver de orar a la puerta de una iglesia, pues continuaba<br />

excomulgado, se sintió enfermo, y envió buscar apresuradamente al abad de San Sernín para<br />

que le reconciliase con la Iglesia. El abad le encontró ya sin poder hablar. El viejo conde, al<br />

verle, levantó los ojos al cielo y le tomó ambas manos entre las suyas hasta que exhaló el<br />

último suspiro. Su cuerpo fue transportado a la iglesia de los Caballeros de San Juan de<br />

Jerusalén, cuyo lugar había elegido para que le diesen sepultura; pero no se atrevieron a<br />

enterrarle a causa de su excomunión. Le dejaron allí en un féretro abierto y tres siglos más<br />

tarde se le podía ver aún acostado, sin que mano alguna fuese lo suficientemente atrevida<br />

para clavar una tabla sobre aquella madera consagrada por la muerte y el tiempo. La cuestión<br />

de su inhumación, a petición de su hijo, fue agitada durante los pontificados de Gregorio IX e<br />

Inocencio IV. Numerosos testimonios aseguraron que antes de morir había dado verdaderas<br />

pruebas de arrepentimiento: sin embargo, se temía remover aquellas cenizas, concediéndoles<br />

honores demasiado tardíos.<br />

Ramón VII sobrevivió veintiséis años a su padre. Supo defenderse hasta contra las<br />

armas de Francia; pero demasiado débil para sostener continuamente tal esfuerzo, convino un<br />

tratado con san Luis en 1228, tratado que terminó aquella larga guerra. El matrimonio de su<br />

única hija con el conde de Poitiers, uno de los hermanos del rey con la cesión del condado de<br />

Tolosa como dote; el abandono de algunos territorios; la promesa de ser fiel a la Iglesia y de<br />

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