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MARIA - Jorge Isaacs

La historia de amor de Maria y su primo Efrain, que trancurre en los paisajes de El Cerrito, Valle de Cauca, y en el que los protagonistas luchan por mantener su amor en medio de la enfermedad y la distancia. Efraín y María están juntos durante tres meses, al cabo de los cuales el joven debe viajar a Londres para completar su educación. Cuando regresa, dos años después, descubre que María ha muerto. Efraín no encuentra consuelo, y parte, sin saber muy bien a dónde. La novela, la única que alcanzó a publicar Isaacs, se destaca por darle gran importancia a la descripción del paisaje, así como por la calidad artística de su prosa. La novela objeto de estudio, más que una novela, es un poema en prosa o una novela escrita en una prosa plenamente poética; muestra intrínsecamente que no se trata solo de retórica metafórica cuando Felde la ha clasificado como «la flor más pura e inmarcesible del romanticismo hispanoamericano; sin historia, sin política, sin filosofías; sin nada más que el simple patetismo del sentimiento y la pintura simple de la naturaleza y del ambiente humano; la esencia de su estilo».

La historia de amor de Maria y su primo Efrain, que trancurre en los paisajes de El Cerrito, Valle de Cauca, y en el que los protagonistas luchan por mantener su amor en medio de la enfermedad y la distancia.
Efraín y María están juntos durante tres meses, al cabo de los cuales el joven debe viajar a Londres para completar su educación. Cuando regresa, dos años después, descubre que María ha muerto. Efraín no encuentra consuelo, y parte, sin saber muy bien a dónde.
La novela, la única que alcanzó a publicar Isaacs, se destaca por darle gran importancia a la descripción del paisaje, así como por la calidad artística de su prosa.
La novela objeto de estudio, más que una novela, es un poema en prosa o una novela escrita en una prosa plenamente poética; muestra intrínsecamente que no se trata solo de retórica metafórica cuando Felde la ha clasificado como «la flor más pura e inmarcesible del romanticismo hispanoamericano; sin historia, sin política, sin filosofías; sin nada más que el simple patetismo del sentimiento y la pintura simple de la naturaleza y del ambiente humano; la esencia de su estilo».

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Preparado todo, abrió María la puerta del salón: presentándome una taza de café, de dos<br />

que llevaba Estéfana, me dio los buenos días, y llamó en seguida a Felipe para que<br />

recibiese la otra.<br />

—Hoy sí —dijo éste sonriendo maliciosamente—. Lo que es el miedo; y el Retinto está<br />

furioso.<br />

Ella estaba tan hechicera como mis ojos debieron de decírselo: un gracioso sombrero de<br />

terciopelo negro, adornado con cintas escocesas y abrochado bajo la barba con otras<br />

iguales, que en el ala dejaba ver, medio oculta por el velillo azul, una rosa salpicada aún<br />

de rocío, descansaba sobre las gruesas y lucientes trenzas cuyas extremidades ocultaba:<br />

arrezagaba con una de la manos la falda negra, que ceñía bajo un corpiño del mismo<br />

color, un cinturón azul con broche de brillantes, y una ancha capa se le desprendía de<br />

los hombros en numerosos pliegues.<br />

—¿En cuál caballo quieres ir? —le pregunté.<br />

—En el Retinto.<br />

—¡Pero eso no puede ser! —respondí sorprendido.<br />

—¿Por qué? ¿Temes que me bote?<br />

—Por supuesto<br />

—Si yo he montado otra vez en él. ¿Acaso soy yo como antes? Pregúntale a Emma si<br />

no es verdad que yo soy más guapa que ella. Verás qué mansito es el Retinto conmigo.<br />

—Pero si no permite que se le toque; y haciendo tanto tiempo que no lo montas, puede<br />

espantarse con la falda.<br />

—Prometo no mostrarle siquiera el fuete.<br />

Felipe, caballero ya en el Chivo, que tal era el nombre de su caballito castaño, lo<br />

atosigaba con sus espolines nuevos, recorriendo el patio.<br />

Mi madre estaba también apercibida para partir: la coloqué en su rosillo predilecto,<br />

único que, según ella, no era una fiera. No estaba yo muy tranquilo cuando hice montar<br />

en el Retinto a María: ella, antes de saltar de la gradilla al galápago, le acarició el cuello<br />

al caballo, inquieto hasta entonces: éste se quedó inmóvil esperando su carga, y mordía<br />

el freno, atento hasta al más leve ruido del ropaje.<br />

—¿Ves? —me dijo María ya sobre el animal—; él me conoce: cuando papá lo compró<br />

para ti, tenía enferma esta mano, y yo hacía que Juan Angel lo curara bien todas las<br />

tardes.<br />

El caballo estornudaba desasosegado otra vez, porque seguramente conocía aquella voz<br />

acariciadora.

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