MARIA - Jorge Isaacs
La historia de amor de Maria y su primo Efrain, que trancurre en los paisajes de El Cerrito, Valle de Cauca, y en el que los protagonistas luchan por mantener su amor en medio de la enfermedad y la distancia. Efraín y María están juntos durante tres meses, al cabo de los cuales el joven debe viajar a Londres para completar su educación. Cuando regresa, dos años después, descubre que María ha muerto. Efraín no encuentra consuelo, y parte, sin saber muy bien a dónde. La novela, la única que alcanzó a publicar Isaacs, se destaca por darle gran importancia a la descripción del paisaje, así como por la calidad artística de su prosa. La novela objeto de estudio, más que una novela, es un poema en prosa o una novela escrita en una prosa plenamente poética; muestra intrínsecamente que no se trata solo de retórica metafórica cuando Felde la ha clasificado como «la flor más pura e inmarcesible del romanticismo hispanoamericano; sin historia, sin política, sin filosofías; sin nada más que el simple patetismo del sentimiento y la pintura simple de la naturaleza y del ambiente humano; la esencia de su estilo».
La historia de amor de Maria y su primo Efrain, que trancurre en los paisajes de El Cerrito, Valle de Cauca, y en el que los protagonistas luchan por mantener su amor en medio de la enfermedad y la distancia.
Efraín y María están juntos durante tres meses, al cabo de los cuales el joven debe viajar a Londres para completar su educación. Cuando regresa, dos años después, descubre que María ha muerto. Efraín no encuentra consuelo, y parte, sin saber muy bien a dónde.
La novela, la única que alcanzó a publicar Isaacs, se destaca por darle gran importancia a la descripción del paisaje, así como por la calidad artística de su prosa.
La novela objeto de estudio, más que una novela, es un poema en prosa o una novela escrita en una prosa plenamente poética; muestra intrínsecamente que no se trata solo de retórica metafórica cuando Felde la ha clasificado como «la flor más pura e inmarcesible del romanticismo hispanoamericano; sin historia, sin política, sin filosofías; sin nada más que el simple patetismo del sentimiento y la pintura simple de la naturaleza y del ambiente humano; la esencia de su estilo».
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Y cerró las cortinas.<br />
—Con una enfermera como usted —le observó el doctor a tiempo que ella colocaba la<br />
luz sobre la mesa— no se moriría ninguno de mis enfermos...<br />
—¿Es decir que ya?... —le interrumpió ella.<br />
—Respondo de todo.<br />
XXXVIII<br />
Pasados diez días, mi padre estaba convaleciente, y la alegría había vuelto a nuestra<br />
casa. Cuando una enfermedad nos ha hecho temer la pérdida de una persona amada,<br />
aquel temor aviva nuestros más dulces afectos hacia ella, y hay en los cuidados que le<br />
prodigamos, alejado ya el peligro, una ternura capaz de desarmar a la muerte misma.<br />
Había recomendado el médico que se procurase al espíritu del enfermo la mayor<br />
tranquilidad posible. Se evitaba cuidadosamente hablarle de negocios. Luego que pudo<br />
levantarse, le instamos que eligiera un libro para leer en algunos ratos y escogió el<br />
Diario de Napoleón en Santa Elena, lectura que siempre lo conmovía hondamente.<br />
Reunidos en el costurero de mi madre, nos turnábamos para leerle Emma, María y yo, y<br />
si lo notábamos alguna vez dominado por la tristeza, Emma tocaba la guitarra para<br />
distraerlo. Otras veces solía él hablarnos de los días de su niñez, de sus padres y<br />
hermanos, o nos refería con entusiasmo los viajes que había hecho en su primera<br />
juventud. En ocasiones se chanceaba con mi madre criticando las costumbres del<br />
Chocó, por reír al oírla hacer la defensa de su tierra natal.<br />
—¿Cuántos años tenía yo cuando nos casamos? —le preguntó una vez, después de<br />
haber hablado de los primeros días de su matrimonio y de un incendio que los dejó<br />
completamente arruinados a los dos meses de verificado aquél.<br />
—Veintiuno —respondió ella.<br />
—No, hija; tenía veinte. Yo engañé a la señora (así llamaba a su suegra) temeroso de<br />
que me creyese muy muchacho. Como las mujeres, cuando sus maridos empiezan a<br />
envejecer, nunca recuerdan bien los años que ellos tienen, fácil me ha sido luego<br />
rectificar la cuenta.<br />
—¿Veinte años no más? —preguntó Emma admirada.<br />
—Ya lo oyes —respondió mi madre.<br />
—Y usted, ¿cuántos, mamá? —preguntó María.<br />
—Yo tenía dieciséis: un año más de los que tienes tú.<br />
—Pero dile que te cuente —dijo mi padre— la importancia que se daba para conmigo<br />
desde que tuvo quince, que fue entonces cuando yo resolví casarme con ella y hacerme<br />
cristiano.