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MARIA - Jorge Isaacs

La historia de amor de Maria y su primo Efrain, que trancurre en los paisajes de El Cerrito, Valle de Cauca, y en el que los protagonistas luchan por mantener su amor en medio de la enfermedad y la distancia. Efraín y María están juntos durante tres meses, al cabo de los cuales el joven debe viajar a Londres para completar su educación. Cuando regresa, dos años después, descubre que María ha muerto. Efraín no encuentra consuelo, y parte, sin saber muy bien a dónde. La novela, la única que alcanzó a publicar Isaacs, se destaca por darle gran importancia a la descripción del paisaje, así como por la calidad artística de su prosa. La novela objeto de estudio, más que una novela, es un poema en prosa o una novela escrita en una prosa plenamente poética; muestra intrínsecamente que no se trata solo de retórica metafórica cuando Felde la ha clasificado como «la flor más pura e inmarcesible del romanticismo hispanoamericano; sin historia, sin política, sin filosofías; sin nada más que el simple patetismo del sentimiento y la pintura simple de la naturaleza y del ambiente humano; la esencia de su estilo».

La historia de amor de Maria y su primo Efrain, que trancurre en los paisajes de El Cerrito, Valle de Cauca, y en el que los protagonistas luchan por mantener su amor en medio de la enfermedad y la distancia.
Efraín y María están juntos durante tres meses, al cabo de los cuales el joven debe viajar a Londres para completar su educación. Cuando regresa, dos años después, descubre que María ha muerto. Efraín no encuentra consuelo, y parte, sin saber muy bien a dónde.
La novela, la única que alcanzó a publicar Isaacs, se destaca por darle gran importancia a la descripción del paisaje, así como por la calidad artística de su prosa.
La novela objeto de estudio, más que una novela, es un poema en prosa o una novela escrita en una prosa plenamente poética; muestra intrínsecamente que no se trata solo de retórica metafórica cuando Felde la ha clasificado como «la flor más pura e inmarcesible del romanticismo hispanoamericano; sin historia, sin política, sin filosofías; sin nada más que el simple patetismo del sentimiento y la pintura simple de la naturaleza y del ambiente humano; la esencia de su estilo».

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De esta soledad eterna<br />

Donde ni el viento se escucha...<br />

Muero sin ver tus montañas<br />

¡Oh patria!, donde mi cuna<br />

Se meció bajo los bosques<br />

Que no cubrirán mi tumba.<br />

Mientras sonaba el canto, las luces del féretro hacían brillar las lágrimas que rodaban<br />

por los rostros medio embozados de las esclavas, y yo procuraba inútilmente ocultarles<br />

las mías.<br />

La cuadrilla se retiró, y solamente quedaron unas pocas mujeres que debían turnarse<br />

para orar toda la noche, y dos hombres para que preparasen las andas en que la muerta<br />

debía ser conducida al pueblo.<br />

Estaba muy avanzada la noche cuando logré que Juan Angel se durmiera rendido por su<br />

dolor. Me retiré luego a mi cuarto; pero el rumor de las voces de las mujeres que<br />

rezaban y el golpe de los machetes de los esclavos que preparaban la parihuela de<br />

guaduas me despertaban cada vez que había conciliado el sueño.<br />

A las cuatro, Juan Angel dormía aún. Los ocho esclavos que conducían el cadáver, y yo,<br />

nos pusimos en marcha. Había dado orden al mayordomo Higinio para que hiciera al<br />

negrito esperarme en casa, por evitarle el lance terrible de despedirse de su madre.<br />

Ninguno de los que acompañábamos a Feliciana pronunció una sola palabra durante el<br />

viaje. Los campesinos que conduciendo víveres al mercado nos dieron alcance<br />

extrañaban aquel silencio, por ser costumbre entre los aldeanos del país el entregarse a<br />

una repugnante orgía en las noches que ellos llaman de velorio, noches en las cuales los<br />

parientes y vecinos del que ha muerto se reúnen en la casa de los dolientes, so pretexto<br />

de rezar por el difunto.<br />

Una vez que las oraciones y misas mortuorias se terminaron, nos dirigimos con el<br />

cadáver al cementerio. Ya la fosa estaba acabada. Al pasar con él bajo la portada del<br />

campo santo, Juan Angel, que había burlado la vigilancia de Higinio para correr en<br />

busca de su madre, nos dio alcance.<br />

Colocado el ataúd en el borde de la huesa, se abrazó de él como para impedir que se lo<br />

ocultasen. Fue necesario acercarme a él y decirle, mientras lo acariciaba enjugándole las<br />

lágrimas:<br />

—No es tu madre esa que ves allí; ella está en el cielo y Dios no puede perdonarte esa<br />

desesperación.<br />

—¡Me dejó solo! ¡Me dejó solo! —repetía el infeliz.

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