102 RECETA SECRETA Por Cosme
Me despertaron las piedras golpeando el vidrio de mi ventana, era el Chino, con un litro de leche abierto en la mano y la cara sonriente, ansiosa. Ya tenía el pantalón y las botas puestas, pero estaba sin camisa. Murmuré algún saludo y con la mano le hice una seña de que no tardaba en bajar. Aún estaba oscuro y aparte de nuestras pisadas sólo se oían los perros cuando fuimos a buscar al Esteban. Era un viernes de otoño, al día siguiente sería el festival de música electrónica en la playa, al cual habíamos planeado ir de mochileros. Un rato después enfilábamos nuestros pasos hacia el crucero donde intentaríamos que alguien nos llevara. Ya calentaba el sol cuando un señor con un camión vacío se ofreció a llevarnos. Y sin más empezó nuestro último viaje. El aire fresco de la carretera acabó por despertarnos mientras pasábamos por un bosquecillo de coníferas, llenándonos de esperanza y optimismo, nada más alejado de la realidad, nunca debimos haber salido ese día. Al llegar a la desviación, decidimos caminar un rato, pero tomamos una vereda paralela a la vía del tren, la cual se fue separando paulatinamente de la carretera, permitiéndonos paisajes sencillo pero hermosos llenos de quietud y aroma a hierba fresca, una hora después desayunamos sobre las agujas de pinos con el viento fresco y limpio nos quedamos dormidos. —Ya, levántense —dijo Esteban—. No salimos tan temprano para venir a dormir al monte —¿No? —dijo el Chino, sentándose, sin intenciones de levantarse. Continuamos por la vía del tren, un par de horas después cerca de un pueblo, nuevamente nos reunimos con la carretera, habíamos caminado unos ocho kilómetros desde el desayuno. El sol de mediodía empezaba a quemarnos, así que decidimos esperar a alguien más que nos llevara. Nos situamos en la salida a ese pueblo que nunca supe su nombre, alguien tendría que pasar por allí. Después de media hora, pasó una camioneta con una familia, pero la caja vacía. —Buenos días —dijimos, tratando de parecer buenas personas. —Súbanse —dijo el señor que conducía, sin dar importancia. El viaje fue muy lento, así que media hora después apenas estábamos pasando el gran lago, después fue disminuyendo la velocidad y dio vuelta en una brecha. Se detuvo y se quedó mirándonos por el retrovisor indicando que ya debíamos bajar. —Gracias —dijo el Chino. Si responder ni esperar más se arrancó la camioneta lenta e imperturbable. Medio día y apenas habíamos recorrido algo así como setenta kilómetros. Por lo menos debimos tomar la carretera más directa a la playa. Bueno, parte del propósito del viaje era ver cosas nuevas, y las vimos. Seguimos caminando hacia T*****, siguiendo letreros que indicaban pirámides más adelante y venta de artesanías. Ya apretaba el hambre y de acuerdo a nuestro presupuesto la comida la mediodía sería la fuerte, así que entramos a un restaurante sencillo que tenía de letrero el lago y unas mariposas, un lugar limpio y despejado. —Buenas tardes —apareció una muchacha como una exhalación, vestida de indígena, gruesas trenzas de cabello oscuro, facciones muy delicadas y ojos café intenso. 103
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