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La sirena varada: Año II, Número 9

El noveno número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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Esa imagen se perdía en un profundo<br />

carmesí, en un tono que simulaba a<br />

un hígado crudo, daba vueltas por<br />

su cabeza, en momentos permanecía<br />

estática simulando una fotografía, y luego,<br />

cobraba vida, se contraía como una<br />

palpitación, iba y venía. Yeyé no podía<br />

distinguir con claridad si todo era una<br />

gran mancha roja o era algo más. Alguien.<br />

Yeyé intentaba aferrarse desesperadamente<br />

a este mundo, seguir en la cordura<br />

que al igual que la imagen carmesí, iba<br />

y venía en oleadas. No era mucho lo que<br />

había comido, apenas una rebanada de<br />

pastel, y todavía podía saborear el chocolate<br />

por su paladar, Myrna en cambio,<br />

estaba completamente ida, su vista estaba<br />

fija en una de las paredes del comedor,<br />

no estaba segura de cual era, sólo que<br />

era del comedor. <strong>La</strong> mirada de Myrna<br />

se fue gradualmente desviando al pavo<br />

que se encontraba ocupando el sitio de<br />

honor en la mesa, junto a una ensalada<br />

de papas, una botella de sidra, y el pastel<br />

que Yeyé había horneado para su primera<br />

noche, juntos. Ella no había comido<br />

mucho, no como Yeyé lo había hecho, él<br />

ya tenía experiencia y sólo se quedaba<br />

quieto mientras se perdía de esa vida,<br />

en cambio Myrna estaba pagando por<br />

su inexperiencia, estaba en un mal viaje,<br />

sudaba frio y empezaba a temblar, no<br />

podía controlar su cuerpo que se agitaba<br />

bruscamente. Yeyé apenas y se daba<br />

cuenta de las cosas, el hígado crudo lo<br />

devoraba en momentos.<br />

—Deberíamos hacer algo especial para<br />

nuestra primera navidad —propuso<br />

Myrna la tarde anterior mientras veían<br />

esa vieja película donde Sigourney Weaver<br />

machacaba a la creación de Giger—.<br />

Qué tal uno de tus pasteles «mágicos».<br />

—Con un cincuenta de la moradita la<br />

hacemos —sentenció Yeyé, mientras se<br />

perdía en la trama de un horror espacial,<br />

mientras la palabra «deberíamos»<br />

rondaba por su cabeza, sabía que toda<br />

lo haría él, ser bueno en la cocina era<br />

casi una maldición, aunque así fue<br />

como atrapó a Myrna, gracias a una<br />

buena cena.<br />

Myrna ya no estaba segura de que<br />

aquello que estaba en la charola que<br />

le regaló su madre, fuera en verdad un<br />

pavo. «¿Un pavo para dos personas?»<br />

se repetía en su cabeza intentando<br />

comprender algo que se le escapaba.<br />

Juanito se le apareció entre pensamientos,<br />

la imagen de ese regordete y<br />

siempre alegre mocoso que de debes<br />

en cuando le alteraba los nervios cuando<br />

andaba corriendo por las calles del<br />

vecindario sin importarle si un carro<br />

pudiese pasarle por encima. Esa cosa<br />

sobre la bandeja de plata y adornada<br />

con frutos secos y que desprendía un<br />

olor envinado, esa cosa era del tamaño<br />

de Juanito. Lo único que hacía falta era<br />

la enorme cabeza del mocoso, «Ahí va<br />

el pequeño Olmeca», esa era la broma<br />

que siempre decía Yeyé cuando el niño<br />

andaba corriendo por la acera que estaba<br />

frente a su casa.<br />

—¿Lo viste? —gritó Yeyé—. Se movió.<br />

Myrna le dio un vistazo por inercia,<br />

Yeyé había saltado de la silla en la que se<br />

encontraba y se pegaba a la pared como<br />

sí quisiera evitar el contacto con algo.<br />

—¿Encontraron a Juanito? —preguntó,<br />

pero Yeyé ni tan siquiera se percató de<br />

la pregunta, estaba horrorizado con la<br />

escena que se desarrollaba frente a sus<br />

ojos, en la contracción del vientre de<br />

aquello que estaba sobre la bandeja, de<br />

cómo abrió las piernas y lo dejó escapar.<br />

—¡Alien! —gritó Yeyé a todo pulmón—.<br />

¡Es el puto Alien! —estaba aterrado, no<br />

podía dejar que esa cosa lo tocara y lo<br />

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