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La sirena varada: Año II, Número 9

El noveno número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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—Ningún ser es poco relevante o irrelevante.<br />

Cada uno de ustedes es parte<br />

de la maquinaria del tiempo, un engrane.<br />

Todos tienen una función, sin<br />

importar quién o dónde estén. Aunque<br />

realmente aun no comprendo la<br />

función de ustedes tres... Pero es algo<br />

que tendremos que averiguar —Vremya,<br />

ahora con la voz y la imagen de<br />

una anciana, apoyada en un bastón y<br />

completamente encorvada, se acercó<br />

a Julio. De su vestido sacó una brújula,<br />

la cual estaba decorada con una piedra<br />

preciosa en la posición de cada uno de<br />

los puntos cardinales. Parecía ser de oro,<br />

pero por momentos desprendía un tono<br />

multicolor—. Como evité que, como dices,<br />

murieras, ahora me debes un favor.<br />

Tienes que regresar a El Nido y encontrar<br />

aquello que esté causando las distorsiones<br />

en el entramado del tiempo.<br />

Esta brújula te guiará hacia la causa.<br />

—¿Por qué no vas tú? —preguntó Julio,<br />

tomando entre sus manos la brújula.<br />

Vremya rio con fuerza, mientras que<br />

los pliegues en su rostro se movían de<br />

forma grotesca.<br />

—Porque yo no puedo interferir, solo<br />

observo.<br />

—Pero, con este favor estás interviniendo,<br />

¿o no? —Vremya borró la sonrisa<br />

de su rostro, miró a Julio y, con voz<br />

dura, resondió:<br />

—Si quieres puedo dejarte morir, por mí<br />

no hay problema —Julio se paralizó por<br />

un momento, después recuperó la compostura<br />

y respondió, en tono de burla.<br />

—Un momento...Tú dijiste que nadie<br />

puede morir... —Vremya, convertida de<br />

nueva cuenta en una joven mujer, sonrió.<br />

—Al fin lo estás entendiendo...<br />

—Haré lo que me pides, pero con una<br />

condición. Tienes que ayudar a Carolina<br />

y a Eira —al decir esas palabras todo<br />

se volvió negro, la cascada, el ojo de<br />

agua y Vremya habían desaparecido.<br />

Julio cerró los ojos un momento y, al<br />

abrirlos nuevamente, observó el mar<br />

y la playa en la que había despertado.<br />

Vremya estaba de pie junto a él, joven,<br />

con su vestido blanco, descalza, y ahora<br />

también un prendedor en el cabello.<br />

Julio notó el prendedor y sonrió.<br />

—No puedo ayudarlas, pero sí puedo<br />

ayudarte a ti a ayudarlas. Deberás viajar<br />

al Monasterio de la Sal. Ahí obtendrás<br />

todas las respuestas que necesitas. Por<br />

ahora es momento de que te vayas —le<br />

dijo, mirándolo a los ojos—. Cierra tus<br />

ojos y cuenta hasta tres...<br />

—¿Cómo voy a llegar a ese lugar?<br />

¿Qué encontraré ahí...?<br />

—Cierra los ojos. Es tiempo de que<br />

regreses... —interrumpió Vremya. Julio,<br />

a regañadientes, cerró sus ojos y comenzó<br />

a contar. Al llegar al tres, sintió<br />

el roce de unos labios sobre los suyos<br />

y escuchó la voz de Vremya decir—: Los<br />

estaré observando.<br />

De repente, todo fue frío y silencio.<br />

Continúa en el libro:<br />

El señor de las lágrimas<br />

disponible el 30 de agosto<br />

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