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La sirena varada: Año II, Número 9

El noveno número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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Hace ya algunas horas que amaneció.<br />

Permanezco acostado. Llevo<br />

tres días en este lugar ¿Por qué<br />

sólo recuerdo las primeras horas del<br />

día? ¿Dónde estoy? <strong>La</strong> habitación se<br />

me hace familiar. Frente a mí hay un<br />

cuadro al óleo: una pareja de jóvenes<br />

se abrazan, lo he visto antes. El color<br />

violeta de las paredes me hace sentir<br />

en casa, pero no estoy en casa. ¿Por<br />

qué no recuerdo mi hogar? Hay poca<br />

luz, las cortinas son de color oscuro,<br />

impiden que los rayos penetran con<br />

fuerza. Lo único que no me es familiar<br />

es esa televisión delgada que está debajo<br />

del cuadro. No quiero levantarme.<br />

Estoy seguro de que los jóvenes allá<br />

afuera me verán con mirada burlona.<br />

Fingen conocerme. Si tan solo supiera<br />

por qué estoy aquí. Son extraños. Me<br />

tratan bien, ¿por qué? Me aterra ver los<br />

retratos colgados, ¿quiénes son esos<br />

niños? Intento levantarme pero mi<br />

cuerpo es pesado, demasiado. Tengo<br />

una herida en el brazo. Me siento tan<br />

triste y desolado.<br />

Casi siempre, al dar las nueve, una<br />

joven entra a la habitación y me dice:<br />

«Javier, el desayuno está servido», caigo<br />

inconsciente y, de nuevo, vuelve a amanecer.<br />

Seguramente me duermen con<br />

alguna sustancia contra mi voluntad.<br />

Pasan más minutos. Escucho que<br />

alguien se acerca, la puerta se medio<br />

abre, las palabras se dirigen a mí:<br />

—Javier, el desayuno está servido.<br />

Finjo dormir. <strong>La</strong> cabeza de la joven se<br />

escabulle por donde entró. Es una muchacha<br />

muy atractiva, su mirada era<br />

cautelosa y sus gestos amables. Como<br />

si temiera de algo, de mí. Ha dejado la<br />

puerta entreabierta. Esta vez no vuelve<br />

a amanecer. «Sigo consciente», pienso.<br />

Ahora mis ojos están completamente<br />

abiertos y mi corazón palpita de terror.<br />

No me han sedado todavía.<br />

Por fin logro incorporarme. Pienso<br />

en encender el foco, quizá la luz me<br />

despeje y me dé claridad. No reconozco<br />

éstas sandalias, supongo el dueño<br />

es ese viejo con uniforme militar del segundo<br />

cuadro. ¡Sí! Ésta debe ser su habitación<br />

y ésta debe ser su casa. Esos<br />

niños de ésta otra foto deben ser los<br />

jóvenes de fuera.<br />

Por fuera se escuchan murmullos:<br />

—El desayuno se le enfriará a papá.<br />

¿Papá? Entonces el militar debe ser<br />

su papá. Por fin lo conoceré ¿Por qué<br />

no ha dormido en su habitación? Si<br />

tan sólo pudiese soltar palabras le preguntaría<br />

qué demonios estoy haciendo<br />

aquí. Hace mucho que no puedo hablar.<br />

Los murmullos se hacen más bajos:<br />

—Déjalo, no lo molestes. Dale unos<br />

minutos más.<br />

—¿Crees que esté viendo los cuadros<br />

nuevamente?<br />

—Es lo más seguro. Sería la tercera<br />

vez en la semana.<br />

—Cada vez es más frecuente, me<br />

preocupa.<br />

—Y cada vez dura más.<br />

Estoy aterrado. Siento escalofríos<br />

en todo el cuerpo. Yo soy el que mira<br />

los cuadros. Pienso que hablan de mí.<br />

Jamás había tenido plena seguridad y<br />

certeza en mis pensamientos. Pero si<br />

de algo estoy seguro es que ellos no<br />

son mis hijos.<br />

¡Sí! Fingiré conocerlos y les seguiré<br />

su macabro juego. Esperaré un buen<br />

momento para escapar.<br />

Escucho sollozos:<br />

—Ya tardó mucho en salir... está empeorando...<br />

iré a verlo.<br />

—¡No!, no vayas, es peligroso. Recuerda<br />

la última vez.<br />

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