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La sirena varada: Año II, Número 9

El noveno número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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A<br />

cambio de una vida, apenas un<br />

archipiélago de imágenes, una<br />

sucesión de selfies. De instantáneas<br />

jubilosas encaramadas sobre<br />

una montaña de pesares. <strong>La</strong> Sole tiene<br />

diecinueve años. A veces, cuando<br />

el desamparo la agarra con la guardia<br />

baja, pareciera que menos, y a punto<br />

de quebrarse. Otras veces, cuando se<br />

recompone, pareciera que más.<br />

Ataviada sólo con una minúscula tanga<br />

roja que dibuja el contorno suave de sus<br />

glúteos morenos, la Sole se acomoda ante<br />

el espejo el pelo negro y vuelve a sonreír<br />

para sí. Aunque —ella lo sabe—, también<br />

para otros. <strong>La</strong>rgo y sedoso, el cabello se derrama<br />

sobre los hombros desnudos y la primera<br />

elevación de los senos cargados de<br />

leche. Practica gestos, sonrisas, miradas ingenuas,<br />

caritas pícaras, enojos y trompitas.<br />

El crío vuelve a llorar y asoma las manitas<br />

por sobre el borde de la cuna despintada.<br />

Se vuelve hacia él con una mezcla<br />

de fastidio y ternura, lo levanta y se lo<br />

prende a la teta hinchada sin ocultar su<br />

impaciencia. Al cabo de unos minutos<br />

el bebé se duerme nuevamente y la<br />

Sole lo regresa a la cuna.<br />

El cuarto es asfixiante. A sus dimensiones<br />

reducidas se suma el desorden<br />

y una atmósfera de encierro. Selfies.<br />

Imágenes. <strong>La</strong> vida como fogonazos. <strong>La</strong><br />

cama de una plaza destendida. <strong>La</strong> cuna<br />

contra la pared, sobre una gastada cajonera.<br />

Dos banquetas con el tapizado<br />

rajado, cubiertas por ropa sucia. El eco<br />

de los gritos de Alcira, su madre (¡No me<br />

traigás más el pendejo para que te lo<br />

cuide! Como si yo no tuviera demasiado<br />

con mis propios quilombos…). Selfies.<br />

Imágenes. Cajas con pañales y ropa de<br />

bebé. Envases de leche en polvo. Mamaderas<br />

y vasos plásticos. En un rincón el<br />

televisor encendido permanentemente,<br />

porque «aunque el bebé no entienda, lo<br />

entretiene, le hace compañía». <strong>La</strong> mirada<br />

torva de doña Azcurra, la dueña del<br />

cuartucho, por el atraso de dos meses<br />

en el alquiler. El secreto anhelo de alcanzar<br />

la fama, de aparecer en la tele,<br />

aunque sea por un instante.<br />

En la pared adyacente a la que está<br />

adosada la cama, una improvisada cómoda<br />

con el espejo trizado en un costado.<br />

Allí la Sole ensaya nuevamente<br />

caritas y vuelve a acomodarse el pelo<br />

después de repasar con un trapo el<br />

pezón succionado por el bebé. Ya lista,<br />

recoge el teléfono móvil y dispara<br />

media docena de veces hacia su rostro<br />

sonriente, cuidando que las tomas no<br />

denuncien las paredes descascaradas<br />

y húmedas. Cruza luego hasta la mesita<br />

con la Tablet y descarga las selfies.<br />

<strong>La</strong>s examina una y otra vez, y selecciona<br />

las tres que la conforman más para<br />

subir al Face.<br />

En ese mundo virtual ella, la Sole, es<br />

Yénifer Sombra, una jovencita desinhibida<br />

que incorpora a diario fotos subidas<br />

de tono para cientos de seguidores<br />

que vuelcan comentarios que oscilan<br />

inexorablemente entre la vulgaridad y<br />

lo bizarro. Es en esos momentos cuando<br />

la Sole duda y quiere ser Yénifer,<br />

sólo Yénifer. <strong>La</strong> de las selfies devoradas<br />

por sus seguidores. <strong>La</strong> del «¡Pendeja,<br />

mandame por mensaje privado fotitos<br />

que me calienten!». «Guacha, subime<br />

fotos con la tanguita negra, y vayamos<br />

arreglando el precio!».<br />

Y entonces se pone la pollerita corta<br />

y ceñida color turquesa, un top negro<br />

que libera su cintura y aprieta los senos<br />

turgentes, con dos botoncitos que nunca<br />

prende. Levanta un poco el volumen<br />

del televisor antes de salir, para que el<br />

crío no la extrañe. Con algo de suerte<br />

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