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Revista-48Penumbria

¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.

¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras
y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes
de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.

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que me llamaba, y yo fui, como atontado por la calentura. No me juzgue, que usted no sabe

lo que era esa mujer.

«Se dio vuelta y empezó a caminar. Yo la seguí por un rato y, que dios me perdone, de

la nena ya me había olvidado. Al final se metió como en una cueva. Yo me metí también y

ahí se detuvo, se dio vuelta y, cuando yo estaba como a tres pasos, ella sonrió. Pero no así,

como sonríe uno, sino que la boca se le abrió de oreja a oreja y mostró unos dientes como

de piraña, y todo el cuerpo se le empezó a cambiar como si fuera el lobizón, ¿sabe? Parecía

un mono, peludo, con una cabeza enorme.

«No me dio el aliento para correr más rápido. Me olvidé de todo. Ni miré para atrás. No

sé qué me pasó. Me desperté acá cerquita del pueblo, no sé cómo.

«Y ahí está mi historia. De la nena nadie supo nada. Cuando yo me animé a contarlo

—porque al principio hasta yo me creí loco— nadie me creyó.

Le pregunté algunas cosas, pero se había quedado con los ojos desorbitados mirando

al suelo y no respondía más que “ajá, ajá”. La historia que me refirieron en el pueblo era

algo diferente, pero preferí no decirle nada. Allá se reían un poco cuando lo contaban, pero

enseguida se callaban y guardaban un silencio respetuoso.

El dedo negro

Inés Luque Aravena

Chile

Corría un rumor constante acerca de “El páramo”, un secreto a voces. En ese pueblo lluvioso

y perdido entre los mapas vivía un primo lejano, al cual veía tarde mal y nunca. Decían

que eran todos unos salvajes, degenerados, condenados a la endogamia por culpa del

aislamiento. La villa era de difícil acceso, no había caminos suficientemente buenos como

para ser transitados. Sin dejar de lado lo agreste del territorio y las condiciones climáticas

adversas, que hacían de la región un lugar no apto para el turismo. Los lugareños ya

estaban resignados a esa suerte y todas las historias que de ellos se contaban parecía no

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