Revista-48Penumbria
¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.
¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras
y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes
de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.
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Instinto maternal
Damaris Gasson
Venezuela
Pese a que la muerte es un proceso natural, nadie en su interior considera que la muerte
de un bebé lo sea, y mucho menos si se trata de la muerte de tu primer bebé. Inés se
consideraba a sí misma una mujer afortunada. Con su gran barriga de embarazada y ese
hálito radiante que iluminaba sus pasos, se dirigía de la mano de su esposo al estreno de
su nueva casa, situada en las afueras de la ciudad. Una casa antigua y encantadora por sus
detalles, y aunque requiriera de reparaciones delicadas, su esposo, que era ingeniero, bien
podía hacerse cargo.
Ella se encargaba de dirigir como una reina y así, de a poco, fueron descubriendo los
misterios de la casa. Cuando se aventuraron a la buhardilla, Inés descubrió una cuna de
mediados del siglo XIX que le cortó el aliento, se agarró de Manuel, que también estaba
sorprendido por el descubrimiento y el mismo pensamiento no dicho, por lo evidente,
cruzó ambas mentes «Una vez restaurada, esta será la cuna del bebé».
Procuraron llevar la cuna con un ebanista, que realizó un trabajo grandioso. La cuna
estaba hecha en pura caoba y se sostenía en dos piezas curvas, lo que permitía mecerla
de forma manual. Estaba tallada con detalles de polillas, murciélagos, lianas y flores
nocturnas extremadamente delicados. El adjetivo que mejor la describía era “oscura”, lo
que a su vez le confería sobriedad y elegancia.
Para ser primeriza, el parto resultó ser bastante sencillo; se decidieron por el parto
natural y el método Lamage de respiración. Tres días con la alegría de recibir a parientes y
amigos, los que fueron invitados a la casa. En su hogar continuó la algarabía, excepto por
un detalle: la suegra de Inés mostraba un claro disgusto hacia la cuna. Nada le dijo a Inés,
pero sí a Manuel; le manifestó que esa cuna era “siniestra” y que le parecía una locura que
su nietecito fuese a dormir en ella.
Esa primera semana, Sergio Manuel (el bebé) durmió con ellos, pero el temor de