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Revista-48Penumbria

¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.

¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras
y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes
de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.

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Tradición

Mel García

España

La pequeña iglesia de estructura gótica se alzaba ante un atardecer de cielo rojizo. El

alcalde convocó a todos los vecinos para la asamblea que tenía lugar anualmente, cara a

las próximas festividades del pueblo, en una de sus salas como era costumbre. Los vecinos

acudían bajo los graznidos del cuervo que, oportunamente, se encontraba en el tejado del

edificio, pareciendo prestar su voz al alcalde.

Tras un rato de reunión, la gente salía animada, en el ambiente se podía palpar la

energía de las próximas fiestas. Los niños corrían jugando a “pillar” entre risas de edad

feliz y cada familia volvía a su hogar. Estaba a punto de anochecer.

—Vamos, hay que preparar a los animales —apuró Marina a su familia cuchillo en

mano. En su mirada, una macabra sombra oscurecía su intención. Su marido le alcanzaba

el paso camino a la pocilga. Tras ellos, sus hijos Andrés y Carlos llevaban consigo varios

calderos. La hora se acercaba y todo el pueblo estaba entusiasmado con la llegada de tal

terrible tradición anual. Fernando ató las patas de los animales con una gruesa cuerda, y

ésta a las ramas más fuertes del árbol del colgado —como les gustaban llamarlo— para

que aguantase el peso de los cuerpos.

Una vez estaban todos colgados y debilitados por el hambre, los hijos fueron colocando

bajo cada cabeza un caldero en el que caería la sangre del animal degollado. La visión era

macabra a la vez que bella en su forma: un árbol con frutos de carne, cuyo elixir de vida se

escaparía por sus carótidas. Marina se colocó delante del animal, propinándole un corte de

lado a lado que dejase fluir al caldero toda su sangre. El sonido de agonía emitido por el

animal helaba a cualquiera que no estuviera acostumbrado a tal situación. Uno tras otro

fueron perdiendo la vida.

—¡Este año la matanza promete, esta fibra muscular tiene muy buena calidad! —celebró

Andrés.

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