Revista-48Penumbria
¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.
¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras
y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes
de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.
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La colecta
Daniela Villareal
México
Othila creía que las fiestas en la villa siempre habían sido de día. Su padre decía que la
siguiente época sería especial porque otra vez, durante diez años, habría tierra fértil para
la cosecha. Su madre murió hace quince años, el día que ella nació, es por eso que sus tres
hermanas se habían encargado de cuidarla. Cuando su padre iba a cazar, alguna de ellas
lo acompañaba; a Othila nunca la llevaban porque, como todavía era una niña, decían que
el Bergkonge la olería y trataría de atraparla para arrancarle la piel y usarla de abrigo. La
gente cuenta que es el rey de la montaña y le adoran casi tanto como le temen; aunque
sus hermanas dicen que a su padre le gusta inventar historias.
Lo que su familia no sabía es que cada mes, cuando ellos salían de madrugada y
creían que estaba dormida, sus amigas y ella se escapaban al bosque para alimentar a los
animales con el pan que sobraba en el desayuno. La última vez que lo hicieron, Berkana
les dijo que lejos de la villa conoció a una anciana sin un ojo y le contó que saliendo de
su aldea existían lugares sin montañas donde las personas se transportaban en aparatos
ruidosos y vivían en cubos altos que casi tocaban el cielo; ninguna de las otras niñas le
creyó porque decían que Berkana había heredado la maldad de su madre, que se ahorcó
cuando ella apenas tenía cinco años.
Aquella noche de luna llena fue la primera vez que Othila sintió frío en todo el año;
el olor a tierra mojada impregnó su ropón blanco manchado por el lodo que dejó la lluvia
de la tarde. Sus amigas no la acompañaron porque sus padres les advirtieron que en ese
día saldría el Bergkonge a robarse a las niñas que no estuvieran en casa. Ella creía que
solamente eran cuentos, así que fue sola al bosque pensando que conocía perfectamente
sus caminos. Al tirar el pan junto a los árboles donde habitaban los cuervos, escuchó un
sonido extraño parecido al de un rayo en una tormenta de verano y lamentos espantosos
que parecían ser de animales. Siguió el camino hasta lograr ver luz y cuerpos desnudos que