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Revista-48Penumbria

¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.

¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras
y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes
de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.

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contempló con plácida paciencia.

— Uno no debe tocar lo que no quiere ser tocado — dijo ella —. Uno no toca lo que no

le permiten.

La vocecita de niña parecía flotar entre las sombras, como un chasquido que no tenía

nada de humano. El zumbido de los insectos se hizo ensordecedor, los rodeó como un

hálito fétido y zumbante que palpitaba de vida propia. Felipe gritó de nuevo y tiró del brazo,

tratando de apartarse del cuerpo de la mujer que, con las piernas abiertas, le contemplaba

absorta, apoyada sobre los codos y con la cabeza ladeada en un gesto casi tierno. Una

docena de moscas tornasoladas volaron hacia su boca abierta y Felipe casi pudo sentir

cómo volaban contra el paladar, cómo resbalaban por su lengua. Sintió que el pecho se

le cerraba de miedo y repugnancia. Debajo de su cuerpo, la mujer se movió de nuevo y la

luz de la luna llena iluminó su rostro. Tenía la mejilla hinchada, el labio inferior roto, pero

sonreía. Una sonrisa helada, repulsiva, sin alegría.

—¿Qué mierda es esta? — Felipe no reconoció su voz al gritar — ¿Qué mierdas me haces?

— No se toca lo que no te permiten tocar.

Ella ahora canturreaba, mientras él tiraba con todas sus fuerzas del brazo aún hundido

entre la entrepierna de la mujer. Más insectos brotaron de la oscuridad. Una nube fétida

y violenta que golpeaba el rostro de Felipe como dedos calientes y rígidos. El dolor era

cada vez más fuerte, más violento, tan agudo que Felipe sintió que invadía cada parte de

su cuerpo a la vez, como un gran estallido. El dolor. Chilló y sacudió la mano de un lado

a otro, pero algo le mantenía bien sujeto. Algo apretaba con fuerza, algo roía con una

presión violenta los dedos que había introducido en la vagina de la mujer. Dientes, pensó

mientras una ráfaga de sangre salpicó en un pequeño rocío carmesí. ¡Dientes!

— No se toca lo que no quiere ser tocado — dijo ella de nuevo —. ¡No se toca lo que no

nadie te ha invitado a tocar!

Sus facciones eran todo sombras, como si flotara en una colección de ángulos borrosos

en la penumbra. Felipe no sabía si debido al dolor y al terror, pero tuvo la impresión que

aquella cara fofa y tierna crecía, se hacía enorme, una amenaza en la oscuridad. El cabello

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