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Revista-48Penumbria

¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.

¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras
y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes
de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.

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trapo sobre el pecho con una mano y estiró un lado de la falda con la otra; hubiera querido

tener un espejo para ver lo linda que se veía.

Sacó brillo a todas sus medallas, rosarios y demás reliquias religiosas; desempolvó un

velón y se dirigió a la cocina, donde había dejado una suerte de pan hecho con harina de

trigo que ella misma molía; puso a calentar un pocillo de café y se sentó junto al fuego.

Se entretuvo escuchando el crujir de la madera que reventaba en las llamas. Casi podría

decirse que disfrutaba más de aquellos chasquidos que del calor que se desprendía de ahí

y que hacía posible habitar aquel helado lugar.

Durmió muy poco aquella noche, quizá nada. Su mente, cansada de repasar cada

detalle de la ceremonia, pasó luego a rememorar a sus familiares fallecidos y fue así como

la encontró despierta el nuevo día.

Los rezos se extendieron hasta la noche; repetía plegarías una y otra vez, rogando por

el descanso de las almas de los seres queridos y pidiendo fueran admitidos en el cielo. Era

en la oscuridad de la noche cuando Amelia dejaba salir toda su fuerza expresiva. Repasaba

con la vista el rostro de su Cristo de yeso, detenía la mirada en las heridas de aquel cuerpo,

en los ojos de vidrio, pero era la boca donde por más tiempo fijaba su atención con la

ilusión de ver en movimiento aquellos labios respondiendo a sus súplicas.

Muy tarde, cuando la vela apenas arrojaba luz sobre las imágenes y sobre su arrugada

cara llena de lagrimas, Amelia supo que quería morir. El silencio se hizo insoportable,

hasta que la imagen de yeso de su Cristo resucitado le susurrara dulcemente:

“Aún no”.

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