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Revista-48Penumbria

¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.

¡Bienvenidos a Penumbria 48, nuestro primer número temático del año! También es el primer número donde participan las nuevas autómatas del equipo editorial: Edna Montes y Aglaia Berlutti, y los resultados fueron evidentes: 12 autores y 10 autoras de 7 nacionalidades diferentes (nuestro récord personal): Argentina, México, Venezuela, Perú, España, Honduras
y Chile. Aunque en los números temáticos disminuye significativamente la participación, igual de significativo es el incremento en la calidad de los textos, resultando una antología robusta y maravillosa. El Tentáculo de obsidiada se lo llevó Nicolás Oleinizak, con su cuento “Caá Porá”, por contarnos su historia de terror folclórico con un lenguaje muy íntimo. Antes
de adentrarse en estos bosques de la locura, los dejamos con un ensayo de Aglaia para saber y entender más sobre esta peculiar forma de contar historias de terror.

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Aya Uma

Liliana Celeste Flores Vega

Perú

En abril de 1992 Ignacio Calderón heredó la hacienda de su tío Romualdo, quien falleció

sin dejar esposa ni hijos. La hacienda se ubicaba en Huancayo, adquirida en un inicio por

don Sebastián Calderón en 1624, y milagrosamente no había sido expropiada a la familia

durante la independencia del Perú ni cuando se hizo la reforma agraria.

Ignacio recordaba con nostalgia la vetusta casona colonial en donde pasó los primeros

años de su infancia. La propiedad constaba de varias hectáreas en las que cultivaban

tubérculos; más allá se extendían las inexploradas regiones de la puna. También recordaba

un cerro cubierto de ichu que, curiosamente aun en épocas de escasez, era evitado por los

auquénidos. En la ladera sur del cerro se abría la lóbrega boca de una cueva sobre la que

se contaban leyendas. Unos decían que era la madriguera de un amaru que custodiaba un

fabuloso tesoro, otros aseguraban que cuando llegaron los españoles una princesa Inca

y su séquito se escondieron en la cueva con innumerables riquezas… pero nadie se había

atrevido a explorarla. Incluso muchos indígenas, que no tenían reparos de excavar las

huacas abandonadas buscando reliquias para venderlas, mostraban temor de acercarse

a aquella cueva. Pero Ignacio no creía en tontas supersticiones, pensaba convertir la

hacienda en un refugio campestre y explotar la cueva como atractivo turístico para los

amantes de la espeleología.

Ciertos contratiempos lo retuvieron en Lima. Recién en quincena de octubre pudo

viajar para tomar posesión de su propiedad. El camino hasta Huancayo transcurrió

tranquilo, pero cuando con su camioneta tomó la ruta de trocha y llegó al caserío donde

vivían las familias de los peones encontró un cuadro muy diferente al que recordaba de

aquellos años felices de su infancia: las casitas antaño pintorescas lucían descuidadas, las

callejuelas sucias y solitarias. Parecía un pueblo fantasma habitado por el miedo.

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