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y Mayte Vieta. El silencio de unas flores muertas pero lleno<br />
de color es lo que une otras naturalezas muertas, como las de<br />
Nuria Fuster o Jannis Kounellis. Ante ellas nos sentimos fuera<br />
de tiempo y el silencio es contenido como materia, que cobra<br />
una presencia radical. En todas ellas hay un respeto a la composición<br />
y sus tradiciones. Se configura un espacio pictórico y<br />
la materialidad y su relación con la arquitectura se tensan, el<br />
espacio se piensa y se formaliza a partir de los objetos.<br />
El olor de los colores se nos aparece en el umbral de lo indecible.<br />
Lo hace bruscamente, como si tratase de violar la frontera<br />
de lo imposible sin manipular la materia, dejando que<br />
ésta se manifieste. La tentación del silencio no impide musicalizar<br />
el espacio. Como sucede en la arpillera geométrica<br />
de Mark Hagen, que huele a tierra y a madera. O en el<br />
hilo poético de la ambigua pintura de Richard Aldrich. La<br />
pintura se desvanece como el olor, como el color, como la<br />
imagen a punto de extinguirse de Víctor Pimstein.<br />
La pintura, y la escultura, son un ejercicio de vaciado. Como si<br />
tratásemos de encontrar el olor esencial. Lo advertimos en<br />
la caja de Txomin Badiola, pero también en la temblorosa<br />
pintura de Jürgen Partenheimer, donde el color produce un<br />
determinado efecto según su organización formal y la psicología<br />
de cada uno. Pero si el color es importante en las obras<br />
de Partenheimer también lo es el dibujo, o mejor, la acción de<br />
dibujar como producto de la conexión directa entre cuerpo<br />
y mente. Unos dibujos que, como el fluido amarillo de sus<br />
pinturas, no buscan la profundidad, manteniéndose en un<br />
primer plano para desdibujar los límites y liberarse del espacio<br />
que ocupan. Un aspecto indefinido que se acentúa con<br />
las líneas borradas pero que permanecen, que nos recuerdan<br />
que todo es un proceso y que no hay un <strong>final</strong> preciso. Este<br />
interés por las zonas de incertidumbre actúa metafóricamente<br />
como afirmación de nuestro sometimiento al tiempo.<br />
Idéntica intensidad e incertidumbre nos dejan la pintura<br />
de Günther Förg o las fotografías de Aitor Ortiz, Anna<br />
Malagrida o Vik Muniz. En todas ellas está presente el conflicto<br />
entre lo figurativo y lo abstracto. En el caso de Muniz,<br />
se evidencia directamente la congelación de un brochazo,<br />
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