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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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mal que sus mujeres practicasen la moda

italiana —o francesa, que en eso no nos

ponemos de acuerdo— del cortejo o

chichisveo, que no es otra que consentirle a la

propia esposa que tenga un acompañante

estrecho. Y no de miras, sino de distancias.

Además, en la Cádiz cosmopolita e ilustrada de

entonces, nada había de peor tono que

aparecer como un marido celoso, que era lo

mismo que decir antiguo, incivil y miserable. Y

si, al fin y al cabo, aquellos gentilhombres

pagaban con generosidad a los peluqueros de

sus esposas para que les armasen tocados

babélicos, ¿por qué no habrían de lucir ellos

una espléndida cornamenta como testigo de

su adhesión a los tiempos nuevos?

Así que, por no escandalizar y exponerse a la

pública vergüenza, los maridos gaditanos —y

los madrileños, sevillanos, condales y

vallisoletanos— consentían con la moda de los

entretenedores. También es verdad que el

cortejo había de ir a escote con los gastos, así

que los burgueses daban la bienvenida a

nuevos socios en su empresa conyugal. Y

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