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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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regazo.

A su lado, el resto de inquilinos del casón era

la viva muestra del abandono, abrazados en

una piña, con más miedo al frío del porvenir

que al del alba. El escribanillo de Tuy, con el

manto encima, pero en pantuflas, se paseaba

desquiciado de un lado a otro de la calle, con

la vista fija en tierra, frotándose las manos y

murmurando. Se diría que calculaba los pasos

de su fosa y que rezaba por la salud de su

alma, ya que, al perder el techo, veía

quebrantada la de su cuerpo. Los cachivaches,

petates y burjacas de todos ellos se

amontonaban contra el muro, apilados junto a

algún mueble astillado. No se anduvieron con

miramientos los desahuciadores.

Puede que los más favorecidos de ustedes

crean que no había para tanto, que las

personas no somos caracoles que, si les quitan

la casa, se mueren acongojados, desecados o

a picotazos. Y puede que nos animen, desde el

calor de sus salones, a ser como el cangrejo

ermitaño, que, por voluntad, deja una concha

y coge otra. Pues ya les digo yo que en

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