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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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como a los monjes: hay franciscanos alegres y

benedictinos severos. Ya les digo que el

flamante gobernador —el conde— tiraba más

a Benedicto que a Francisco. Y en eso no era

raro. Los militares de Las Luces le temen a la

risa más que a un dolor de muelas, porque la

libertad que una buena carcajada trae consigo

rompe la debida circunspección y el

inexcusable respeto a la autoridad y puede,

por tanto, instigar al desorden y a la sedición.

Mas como lo ilustrado no quita lo interesado,

un funcionario le sugirió a Setaro que al nuevo

virrey le placerían unos cuantos pases de

balde para gente principal, aparte de unas

tarifas que se acomodaran al servicio

impagable que los oficiales y soldados de La

Coruña le prestaban al rey. Sabiendo que la

nuestra era plaza fuerte, Setaro debió de

calcular que, con tanto gorrón castrense,

acabaría con una mano delante y otra detrás,

así que les dijo a los correveidiles del capitán

general que nones a las invitaciones. ¡Para qué

más! El mosén nos contó que un alcahuete de

la Audiencia dio órdenes al granadero

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