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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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dentro tintineó con muy buena música.

Cuando me soltó en las manos lo que sonaba

en las suyas, amplias como velas de navío,

casi me caigo de espaldas. ¡Había reales como

para comprar un cestón de almendrados!

—Lo has hecho muy bien, rapaz. Y, si no te

despistas, ganarás más y más seguido —me

animó el cura.

—Y si tiene los labios cosidos, más aún —

remató la bruna, recordándome con la mirada

que le debía una por su silencio.

Me mandaron salir, cosa que hice a gusto. No

era gente con la que, por entonces, quisiera

compartir mucho rato el mismo aire. Como

despedida, Armengol me lanzó un tabaquito

de hojas que alcancé al vuelo. Sonaba fresco,

así que me lo llevé a la boca y lo chupé con

fruición. Dadas de ese modo las gracias, les

deseé muy buenos días y desaparecí de su

vista. Una vez en el pasillo, sentado en el

suelo, me apliqué a contar y recontar mis

monedas, levantando una torrecilla con ellas.

Con jugosas chupadas al cigarro apagado, fui

calculando cuántas meriendas saldrían de

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