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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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Pero tendrás que obedecer mis órdenes y

disponer aplicación y constancia.

Aplicación y constancia, ¡el consejo

sempiterno de don Gaspar! Ahí mismito me

convencí de que la proposición del valenciano

tenía que ser de provecho. Está visto que solo

se engaña quien quiere.

Para entonces, el militar había vertido la

picadura en la hojilla y se daba maña en

fabricar un tubillo que selló de un lametón.

Cerradas las puntas, mordió la que más rabia

le dio. Cuando iba a escupir el cabo del pitillo,

levantó la vista y se encontró con la mirada

censora de doña Pilar. El valenciano sonrió,

pilló el desperdicio con los dedos y lo tiró en

su vaso vacío

—Le gusta tener el tabaco en el horno, pero

no por los suelos —cotilleó el soldado.

La viuda levantó la nariz y con un ¡hum! de

autoridad rompió filas. El cabo Santabárbara

sacó un chisquero y rascó en él hasta que

prendió la mecha

—Es la ventaja de ser granadero: que siempre

llevamos con qué encender —y dio una calada

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