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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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llevaría andado cuando una damita que pasaba

con su aya me echó una mirada de arrobo

bajo el parasol de tafetán. No habré de

manifestarles lo ufano que me giré para

soltarle una galantería, seguramente oída al

padre Verboso:

—¡Señora tata, vaya usted con Dios, que yo

me quedo con su pupila!

Apenas soltado el requiebro, me di cuenta de

que la mirada tierna de la mocita no era para

mí. El perrillo me seguía al trote, casi

sonriendo por haber encontrado amo, como un

Lazarillo de Tormes con más patas y las

mismas pulgas. Quise sacarme otra vez el

chanclo, pero el ceño de la damita me lo

impidió, así que dejé que el animal me siguiera

hasta la vuelta de una esquina. Allí, lejos de

miradas censoras, lo amenacé, llevándome la

sorpresa de que semejante filusmía me

mostrara, gruñendo, los alfileres que tenía por

colmillos.

Me hizo tanta gracia la entereza del cachorro,

que metí la mano en el bolsillo y le regalé las

migas de un almendrado ganado a don

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