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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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entre todos.

—Por lo menos trae usted de comer —

reconoció mi padre—. Más vale que cojamos

grasa y, como el oso, nos echemos a dormir.

Porque el verano lo pasaremos, pero el

invierno... ¡Ay, el invierno!

—¡Malo será, padre! Malo será que no haya un

triste mendrugo que echarse a la boca —le

solté yo, con más bombo del que merecía mi

tierna experiencia de la vida.

14

LAS BESTIAS MENOS QUERIDAS

Había pasado un par de años desde que fui

Micaelita en vez de Yago, un bienio entero de

matutes. Pasé de comer almendrados a fumar

tabaco envuelto y a beber ginebra —a palo

seco o mezclada con agua templada— como

si, en vez de nacer a dos pasos de la playa del

Orzán, hubiera visto la luz en El artillero sordo,

en el mismísimo Cheapside. También me dio

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