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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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el que se preparaba dentro. Me jugaría una

mano con sus cinco dedos a que acechaba el

primer piso del teatro, en el que Setaro había

dispuesto, sobre las vigas del vestíbulo, una

biblioteca de libros de cuarenta y ocho hojas.

Y es que los empresarios de teatro comen a

cuenta de Talía y Melpómene y cenan a la de

Villán y Juan Tarafe. Eso miraba Xan. Y eso

me hacía pensar que el árbol que crece

torcido, nunca su tronco endereza.

Me devolvieron a la jarana de la Florida las

carreritas y pregones de los mancebos de

perfumería. Se afanaban en suavizar el acre

aroma de los tabacos de toda índole.

Piropeaban donosos a las damitas que

llegaban, y les ofrecían bolsitas olorosas para

que se taparan las naricillas y agua de Colonia

para salpicar los pañizuelos. Las más atrevidas

dejaban caer una gota en el escote y, desde

luego, otra en el abanico. ¡Ay, los abanicos!

Desde que plantaban sus piececillos en el

suelo, aquellas señoritas desplegaban el arte

de hacerse entender con la baraja de hueso.

Y, a mayores, de romper corazones o de

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