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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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éste de verlo a él, atravesó por fin la madera

sólida y desapareció en la bruma, aleteando

con su medio cuerpo de renacuajo humeante.

El gorrero juró que la quimera aquella llevaba

en las manos el mismo libro que el librero

echaba en falta.

Lástima que aquel testigo tuviera fama, bien

criada, de hacer el arquero con frecuencia,

que es el mismo gesto que dibujan los que se

llevan la bota a la boca haciendo de su galillo

diana. Y no es que fuera solamente un

borrachín, sino que, a mayores, andaba

necesitado de atenciones. Su mujer, una

matrona salerosa y hermosota, se le había ido

con un pescador que tenía la cola fresca, pero

no fría. Así que se dio por supuesto que, entre

el blanco de Orense y el afán de que alguien le

hiciera caso, el hombre habría jurado que

mató, él solo, al mismísimo Viriato.

—¡Déjelo, maestro! Tiene usted muy buena

mano para los sombreros, pero muy mala

cabeza —le dijeron.

Mi patrón se convenció de que aquellas

fantasías eran alardes de la competencia para

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