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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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Morceguiño tampoco abrió la boca; y

entrecerraba los ojos para mejor cebar la

pistola del cura. Entre el vaivén, la oscuridad y

su miopía, sembraba de pólvora la tablazón.

Suerte que, por pasar inadvertidos, no

lleváramos cigarros prendidos. Y no sería por

falta de ganas.

No se me iba el zumbido que me taladraba el

campanario. Con más razón que nunca, mis

orejas darían una buena cosecha de cera, pues

debían de tener dentro los enjambres de

Aristeo. El cura me advirtió que nada dijera,

pues, ensordecido, tendía a los gritos. Ya se

imaginarán sus mercedes que escapar a voces

es como meter el pescuezo en la soga. A

despecho de mi afán por tomar venganza,

ansiaba caer en un letargo que me hiciera

dormir un año entero. Quería olvidar el dolor

de las últimas horas y, lo que sospechaba más

cruel, la angustia de los días siguientes.

¡Cuánto bien me habría hecho dormir a la pata

la llana para evitar la pesadilla viva que se nos

venía encima!

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