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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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incultos matojos, se enredó en refinados

acantos.

—Con la particularidad diabólica —añadía el

mosén— de que en lo más recoleto de su

jardín secreto se mezclaba el sabor dulce de

las fuentes palaciegas con el aire salobre de

nuestro océano, que, a la postre, con otro

color y temperatura, es el mismo que ella vio

al nacer.

El cura le cogió vicio a la zamba. Y ella se

dejaba aliviar de sus pecados y consolar de la

abstinencia a la que la sometía su

patrocinador, hombre con poder en los

gabinetes, pero no en las alcobas, pues la

edad y la gota lo consumían de a poco.

—Ya lo dijo el maestro Espinel por boca del

pícaro Obregón —se justificaba el cura—: «El

que se casa viejo tiene el mal del cabrito, o se

muere presto, o viene a ser cabrón».

Pero, claro, al tocarle la higa a la trigueña, el

reverendo follador acabó por tocarle los

cojones al indiano, que siendo, como era,

hombre de arrestos y reales, no quiso parecer

cornudo y contento.

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