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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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estibado. Aquellas madres sin nupcias fueron

otra cosecha más, pero de carne mercenaria

para los litigantes que venían a la Audiencia,

para los contingentes de Indias o para los

mercaderes de paso, que traían faltriqueras

sonajas.

De aquellas desgraciadas nacían bandadas de

angelitos que, al crecer, terminaban posados

en las mismas perchas: los escalones de las

iglesias y los guardacantones de las esquinas.

Allí piaban con las alas marchitas y las manitas

vueltas a la caridad de los parroquianos. No

pedían para ellos, sino para los rufianes que

los atrapaban en sus ligas.

Mi admirado Juvenal irlandés, el arquitecto de

Lilliput y Blefuscu, maese Swift, concibió una

vez «un método justo, fácil y barato para que

estos niños» —los mendiguitos de su Irlanda

natal, mellizos de los nuestros— se

convirtieran en «miembros sanos y útiles de la

comunidad». Loable propósito que justificaba

así:

Me aseguran que un niño sano y

bien criado, cuando cumple un año, se

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